A favor de la buena escritura, pero...
Creo que deberíamos aprovechar la profusión en el uso de las redes sociales para practicar la buena escritura hasta donde nos sea posible. Intentar redactar con buena sintaxis, puntuación y ortografía los textos que exponemos ante cientos o miles de personas.
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La mayoría de los mensajes están escritos sin las más elementales reglas de la escritura y, evidentemente, sin mayor rubor.
Fui bloqueado en alguna ocasión porque cometí el grave error de corregir amable y, creo, humorísticamente un “ola tengo ambre, pero creo k oy no seno”, de una personita bajo el argumento: “prk dejan entrar a toda clase de jente a esta cosa”.
Cierto que los idiomas, cual costumbres, tradiciones y cultura, cambian constante y permanentemente, dada la interrelación de los grupos humanos –cheque usted el castellano del Mío Cid con el actual, o la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, quien además de analfabeta usaba las palabras de su contexto–, por ello es que en un idioma existen infinidad de términos provenientes de otras lenguas. Acá mismo existe “la maya amestizada” es decir, el idioma autóctono de la región que mezcla términos que describen objetos o acciones que no existían en su origen.
Entonces, sin satanizar, considero que debe haber estudios minuciosos sobre el cambio que los idiomas están sufriendo de manera dramática con el vertiginoso uso de la informática, que ha rebasado sin duda a todo lo vigente, por supuesto incluidas las leyes que en la materia no existen (surrealismo total). Para eso podrían servir las reales y pontificias academias de la lengua de todas partes, pero obviamente deben modernizarse y sacarse de sus ilustres mentes los diablos del medioevo.
O tal vez, ya metidos en esto, deberíamos remitirnos y retomar aquella vieja propuesta del admirado Raúl Prieto, “Nikito Nipongo”, ya desaparecido, autor de numerosos libros, entre los cuales destacan “El Diccionario”, “Madre Academia”, “¡Vuelve la Real Madre Academia!” y “Museo Nacional de Horrores”; además de autor de la columna “Perlas japonesas”, que publicó por más de 50 años en diversos periódicos de México. Crítico del idioma, como se decía, planteaba que las buenas reglas ortográficas del español, y otras lenguas, no eran más que estamentos de poder que los privilegiados, es decir, los que tenían acceso a la educación, imponían a la plebe, a los que se les había negado la posibilidad de aprender y, por tanto, proponía para que nadie fuera más o menos que otro; era menester, de plano, quitar del abecedario letras innecesarias, decía él, como la “h” que sólo sirve en conjunción con la “c”, o que entre la “z”, “s” y “c”, en palabras en las que suenan igual, se optara sólo por una de ellas.
Ahora vemos que la palabra “que” –con acento y sin acento– se sustituye sólo por la letra “q”; porque y por qué, por “prk” o “xk”; “te quiero mucho” por TQM, y ya no quiero exponer algunas más, dado que corro el riesgo de parecer un analfabeta de las redes sociales. Ahora mismo habrá personas que con toda autoridad corrijan este mi texto, como algunas otras tal vez digan que está bien redactado. Digo: en el idioma aún no está todo escrito.¿Cómo la ven? Propongo que lo platiquemos.
Municipios infartados
Desde hace varias semanas he tratado el asunto de la quiebra fiscal de los ayuntamientos de México como un tema que ya rebasa los linderos locales y se ha hecho un tópico y preocupación general.
A reserva de tratarlo con mayor amplitud, he de decir que gran parte de los adeudos tiene una relación intrínseca con las campañas electorales. Sí, aunque usted no lo crea, y si no, vea: cuando hay una campaña en la realidad los partidos se subdividen en dos, el partido y el llamado “equipo de campaña”, donde tirios y troyanos quieren estar, porque es ahí donde se logran “los méritos en campaña” que compensará con secretarías, direcciones y jefaturas de departamento.