A lo que huele, sabe

Hoy, cuando ya nos han cargado el incremento en el Impuesto Sobre Nómina, mientras los sectores empresarial y comercial buscan a toda costa renovar el convenio de franja fronteriza...

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Hoy, cuando ya nos han cargado el incremento en el Impuesto Sobre Nómina, mientras los sectores empresarial y comercial buscan a toda costa renovar el convenio de franja fronteriza para mantener una tasa preferencial del Impuesto al Valor Agregado, pensaba en presentar algún tema agradable, positivo, estimulante para los quintanarroenses.

Luego me entero de que Quintana Roo paga por su deuda el 209% de lo que percibe en participaciones federales, según el Instituto Mexicano para la Competitividad, aun cuando su actividad turística genera el 18.5% del Producto Interno Bruto (PIB) estatal y concentra casi la mitad de las entradas de visitantes extranjeros al país.

En 2012, recibió 17 millones de turistas con una derrama económica estimada en 10 mil millones de dólares (unos 128 mil 500 millones de pesos, al tipo de cambio actual), pero el común de los quintanarroenses está irremediablemente fregado y endeudado.

Y… ni hablar. Esta columna editorial que sería de color, propositiva y elocuentemente alentadora, cayó nuevamente en garras de la cruda realidad que, cada vez en menor grado, podemos darnos el lujo de ignorar.

Los reajustes hechos a la maquinaria gubernamental, urdidos por dos súper asesores yucatecos, según se dice, me parecen algo así como el desmantelamiento del escenario montado por la anterior administración estatal para dar cauce a compromisos políticos y generar espacios de empleo fantasma, que terminó por provocar lo que ahora vemos: centenares de burócratas que, no le quepa duda, se quedarán fuera de la nómina gubernamental.

¿Por qué digo empleo fantasma? Si usted alguna vez tuvo oportunidad de acudir a oficinas como la Secretaría de Ecología y Medio Ambiente, se habrá encontrado con que las secretarias, personal administrativo y hasta el diligenciero, se dedicaban a checar el Facebook, Youtube, a jugar solitario o al chat, porque ahí, dicho por los propios empleados, no hay nada qué hacer.

La historia se repite en la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda, los propios Servicios Educativos de Quintana Roo (la más grande colmena jamás antes vista por la cantidad de zánganos que alberga), la Secretaría de Cultura, la Comisión de Mejora Regulatoria, la Comisión de Energía, el Comité de Planeación para el Desarrollo del Estado de Quintana Roo, la Comisión para el Desarrollo de la Etnia Maya y Comunidades Indígenas del Estado de Quintana Roo, el Instituto de Vivienda y Regularización y el nefasto Instituto del Patrimonio Inmobiliario del Estado, cauces estos dos últimos para las más grandes transas de la gente en el poder. 

Si nuestro estado no fuera tan pródigo en la generación de riqueza, hace tres sexenios que hubiera sucumbido al desmedido apetito de fortuna de los gobernantes en turno, no sólo los estatales y municipales, pues también desde la federación arrancaron cada uno lo que les apeteció de este boyante y novel integrante del pacto federal.

Y sé, sé muy bien que algunos lectores que se aventuren por estas líneas pensarán “bueno, si este personaje no está a gusto en Quintana Roo, que se regrese a su tierra”. ¡Y ese el asunto!

Pudiera argumentar, como el extinto Facundo Cabral, que “no soy de aquí, ni soy de allá…”, pero el hecho es que después de 32 años de haber llegado a esta tierra (menos nueve de aventuras en Puebla de los Ángeles), de mis pequeños retoños, que son chetumaleños, y de gozar -en toda la extensión de la palabra- de tanta belleza natural, nativa, única en el país, me siento parte de cada elemento y de cada ser que aquí habita.

No exagero. Sé que hay miles de quintanarroenses dolidos por lo que está pasando en derredor, gente de honor y a la vez temerosa de asomarse para defender lo suyo.

Hoy, quise aprovechar mi única arma, la pluma, para incitarlos, para decirles que necesitamos algo, un motivo por qué celebrar como quintanarroenses y no como meros integrantes de un padrón electoral.

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