De adicciones y adiciones (2)

Es sencillo cerrar los ojos y medir a todos con la misma vara, ridiculizando a las personas educadas que manifiestan su predilección por colocarse.

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Ante el peligro de ser arrollado por el deportivo enjambre, pudo más mi vocación investigadora. No me iba ir sin aclarar el punto con Don Yosicorro.

En los primeros quinientos metros del recorrido  hice conciencia de que el par de mocasines, los vaqueros y las mangas de la camisa enrolladas en los brazos no eran el mejor atuendo para que saliera a relucir mi potencial caminador. Mediando los primeros diez minutos, me puse a la par de mi objetivo. Don Yosicorro caminaba con cadencia. Al verme, sonrió y aclaró: −Mi ritmo: seis kilómetros por hora. 

Francamente, no pude articular palabra. Entre mantener el paso y preservar la respiración, sólo acerté a asentir con la mirada.  “El que cede, concede”, pensé. El veterano, al observar mi discapacidad, prosiguió su punto:

−El usuario de la mois es discreto, educado. No cuesta ni requiere subvenciones públicas. Su fastidio constante es −cuando tiene antojo− asegurarse el suministro sin verse involucrado con la policía. Ser sorprendido en el “conecte” siendo arrestado, puede poner en entredicho su fábrica, empresa, consultorio médico, taller, curul de diputado o senador, parroquia, cátedra en la universidad −por mencionar sólo algunas profesiones y oficios-. En México se vulgariza al consumidor. Se le piensa corriente, naco. Por ignorancia y conveniencia social se le clasifica en un estrato social bajo –que, si bien existe, no representa la realidad cultural, socioeconómica y educativa de la mayoría-.

Es sencillo cerrar los ojos y medir a todos con la misma vara, ridiculizando a las personas educadas que manifiestan su predilección por colocarse. Igualito que con el tequila en los años cincuenta del siglo pasado. Es mejor continuar en la ignorancia que cataloga de imberbes a los ciudadanos.

La verdad, creo que nomás me iba midiendo, porque a tres cuartas partes del recorrido, muy serio, me preguntó: −¿A qué viene tanto interés? ¿Usted se las truena, o no? 

Un violento cólico sitió mi bajo vientre. El dolor de caballo atacó mi espalda. Doblé las piernas. Me dejé caer en el pavimento de las 7.30 de la mañana. Ahí mismo, una hermosa socorrista vino en mi auxilio. Alcancé a oír el reclamo del viejo: −¡No se haga pendejo: conteste!, pero en ese momento yo estaba extasiado, contemplando bajo el escote un generoso panorama.

 ¡Vaya biem!

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