Adiós a mi destino de trampas
Éramos tal para cual: yo vivía para esa isla, y la isla no era nada sin mí; sin embargo, un día simplemente me desperté y me fui.
Era mi isla salvaje, una irrastreable, invisible en los mapas, pero que eventualmente terminaba siendo un destino mortal para náufragos y marineros.
Era aquel lugar que me dejaba pasear libremente en su playa, con arpías custodiando los cielos y sirenas embelesando los mares que le atravesaran, con temperamentales krakens esperando en las profundidades y feroces mantícoras tomando el sol a la sombra de donde estuviera yo. Era un lugar de imposible anatomía que se alimentaba de pesadillas y carne humana, esencialmente.
Era un destino de trampas mortales, pero yo le atesoraba, y era mío, todo mío, desde lo que hubiera sobre su arena hasta lo que durmiera en su mar o lo que el viento pudiera arrastrar. Éramos tal para cual: yo vivía para esa isla, y la isla no era nada sin mí; sin embargo, un día simplemente me desperté y me fui.
Al llegar hasta el mar, iba mirando de reojo a las horribles criaturas que me adoraban, y que yo les adoraba también, me iba cuando ya encontraba algo de belleza en esa oscuridad.
Mientras me alejaba, les vi desaparecer sobre el mar, tal vez aguardando por mí, o por algo o alguien más. Así le dije adiós a mi lugar seguro, donde yo me refugiaba y me volvía intocable. Así le dije adiós a mi isla salvaje.