Ahí vienen ya los sucesores del 'Z40'
El Z40 está ahora tras las rejas pero sus pretorianos siguen operando afuera.
Según parece, la detención del Z40 significó un golpe definitivo a la más sanguinaria organización criminal de este país. El tipo, a diferencia de otros capos que no se solazan en brutalidades innecesarias, era un salvaje carnicero cuyos modos marcaron para siempre el escenario de la violencia en México.
Ahora bien, más allá de la posible ventaja estratégica que implica esta captura y de su incuestionable valor simbólico —y más allá, también, de los plácemes y parabienes que ha recibido el gobierno—, podemos preguntarnos qué tanto van a cambiar las cosas de fondo siendo que, primeramente, los lugartenientes de Miguel Ángel Treviño siguen estando ahí, tan descarnados como siempre, y, en segundo lugar —y sobre todo—, que la venta de drogas tiene una importancia decreciente en una organización que en los últimos tiempos se ha dedicado, sobre todo, al tráfico de inmigrantes, la extorsión y el secuestro.
Estas preguntas tienen particular sentido al arreciar ahora el debate sobre la legalización de las sustancias ilícitas. Pero cobran aún más relevancia cuando constatamos que las discusiones sobre el asunto tienen un extraño sesgo reduccionista, expresado en la siguiente ecuación: al acabarse el tráfico ilegal de las drogas (casi) se terminará, paralelamente, la actividad criminal de las mafias, privadas de su principal fuente de ganancias.
¿No hemos visto, sin embargo, que Los Zetas ya se dedican a otra cosa? El más monstruoso hecho criminal jamás ocurrido en tiempos de paz en todo el continente americano fue la masacre de 72 viajeros de Centroamérica en la comunidad de San Fernando, Tamaulipas, y no podemos relacionarlo directamente con el comercio de las drogas.
El número de muertos en ese lugar sobrepasaría el medio millar, entre esos 72 que fueron ejecutados el 22 de agosto de 2010 y otros, asesinados después, cuyos cuerpos han sido encontrados en fosas comunes. A pesar de la incomprensible confusión que rodea los sucesos, la razón de que fueran matados tiene que ver con intentos de extorsión y con el rechazo de esa pobre gente a enrolarse como sicarios de Los Zetas.
La realidad de que una brutal organización criminal se dedica, entre otras cosas, a extorsionar inmigrantes, nos lleva de manera directa a la formulación de otra interrogante. ¿En qué momento comenzó realmente a preocuparle al mexicano de a pie que los cárteles de la droga se dedicaran al trasiego de sustancias que son consumidas, antes que nada, en otro país? ¿Cuándo le quitó el sueño a un vecino de Ciudad Victoria que los traficantes transportaran cocaína hacia Texas? Dicho en otras palabras, ¿por qué una actividad que no tenía un impacto directo en una parte absolutamente mayoritaria de la población adquirió, de pronto, la categoría de una prioridad nacional?
No planteo estas cuestiones por mero cinismo —es decir, pretendiendo insinuar que a los traficantes había que dejarlos a su aire siendo que a la gente le daba igual lo que hacían—, sino para resaltar aquello que sí viene siendo una auténtica inquietud de prácticamente todos los mexicanos: la inseguridad. Y aquí, en este tema, lo preocupante es que Los Zetas, un grupo criminal que no logró obtener la cuota a la que aspiraba en el mercado de las drogas, se hayan reciclado en una organización que asesina salvajemente a personas inocentes, que extorsiona a los comerciantes y que secuestra a todo aquel que pueda ostentar un mínimo de bienestar material.
Lo repito: el Z40 está ahora tras las rejas pero sus pretorianos siguen operando afuera. Y los sicarios de los cárteles de Sinaloa y del Golfo, como los de La Familia michoacana o los de Jalisco Nueva Generación, no se van tampoco a quedar cruzados de brazos cuando, gracias a la varita mágica de la legalización, la heroína, la mariguana, la cocaína y el crack se puedan adquirir alegremente en los supermercados. Tendremos a más secuestradores y extorsionadores en las calles.
El gran problema de México, con perdón, no es el tráfico de drogas. El drama de este país es otro: el robo a las casas, los secuestros y las extorsiones. Y todo esto resulta de un terrorífico entorno de descomposición moral, algo que no se arregla de la noche a la mañana, aunque, por hoy, aplaudamos la detención de Miguel Ángel Treviño, responsable de uno de los más abominables episodios de la historia de este país.