Al alimón
Recibió el apodo de 'El Fisgón' desde la secundaria, 'por sus ojotes de soch y por la manía, un tanto morbosa, de andar acechando a las niñas'.
Agapito Miramontes del Hoyo, el Fisgón, primogénito de Serafín y Cándida, de conocidas familias de Izamal, llamado como el abuelo paterno, orgulloso español cabeza de industria y un poco calavera. Nieto por el lado materno de los Vizcondes de Izamal, nobilísima condición debida al estrabismo de la familia y no al azul de la sangre.
A diferencia de su bien portado padre, heredó del abuelo su complejo de superioridad y sus mañosidades, como había presentido la abuela Angelina y, como su tío Rigoberto, flojo y mal portado: su deporte favorito fue joder al prójimo.
Recibió el apodo desde la secundaria, “por sus ojotes de soch y por la manía, un tanto morbosa, de andar acechando a las niñas por debajo de las faldas para comprobar, como le habían dicho, que las mujeres no tenían pirrín”.
Este es el encuadre de El Fisgón, biografía entre leyenda y evocación, escrita al alimón por Alberto Urzaiz Novelo y Fernando Reyes Ponce, con el sentido del humor certero y a veces hilarante exhibido en libros anteriores, esos sí, cocinados y firmados individualmente. Tienen en común el anecdotario de una larga amistad y un sentido crítico de la realidad que se expresa a veces con humor vitriólico, como debe ser, a la vieja usanza de los clásicos.
Aunque no llegan a adoptar un pseudónimo, como el famoso Bustos Domecq, que firmaba los escritos “al alimón” perpetrados para gloria de las letras por Bioy Casares y Borges.
Alberto Urzaiz, representativo de lo mejor de la plástica de Yucatán, ya nos había sorprendido cuando publicó Te voy a contar algo, relatos escritos con concisión magistral, por el cual descubrimos que la tradición literaria de los Urzaiz siempre estuvo tras los coloridos bastidores de su obra gráfica. Fernando Reyes Ponce publicó La confesión y otras historias, gozoso recorrido con personajes de la Mérida de su generación.
Convergencia sorprendente, si se considera que Alberto, como dice su coautor Fernando, es un espartano inclinado a la exactitud y brevedad, mientras él, más lirico y extrovertido, nos brinda en sus relatos anteriores expansivas efusiones de vitalidad.
Con su proverbial amenidad y juicio certero, el escritor Carlos Peniche Ponce, quien una vez llamó a Yucatán “el cielo más ancho y más curvo del mundo”, presentó el libro sin formalidades, ante amigos y conocidos, muchos de los cuales tal vez rememoren con un guiño, en los entretelones del libro, realidades dignas de contarse.
Dicen los autores que de vez en cuando aparecen en la historia de la humanidad personajes por encima de la medianía, cuyas vidas extraordinarias son dignas de contarse, pero que en contraste la historia del Fisgón: “No es más que una concatenación de hechos irrelevantes… intrascendente desde cualquier punto de vista”, pero que “cualquier historia, por pequeña e insignificante que parezca, vale la pena contarla si se hace con decoro y un poco de gracia”. Yo creo que los autores, haciendo buena literatura, la han vuelto extraordinaria y muy, muy digna de leerse.