Alicia Leyva y la finura

Las pinceladas perfectas, con finura impecable de Alicia Leyva son su presencia real que habla conmigo de tiempos pasados...

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Veo el pueblo de San Angel en la Ciudad de México. ¿O es quizás Coyoacán donde vivió durante tantos años? No, es San Ángel, son sus tonos, son los dedos de un árbol seco y una pila colonial que me permite ubicarme en la memoria: me trajo al Callejón de la Amargura. Las pinceladas perfectas, con finura impecable de Alicia Leyva son su presencia real que habla conmigo de tiempos pasados. Compruebo una vez más: la muerte es coyuntural y el arte, por sacramental, es constante.

Por eso puedo asegurar que, aun cuando murió hace apenas unos días, Alicia Leyva, la gran acuarelista, sigue a mi lado, conversa conmigo desde sus cuadros. Y recuerdo su voz y su sonrisa tímida. Su conversación en mi memoria resulta tan fina como su arte, como esa capacidad para dominar el agua y el color que sólo pueden dar la sutileza, la calidad de quien sabe vivir y admirar y obsequiar sus momentos.

La muerte ha sido incansable en estos días. Detiene mi recuerdo de Alicia la partida de Rafael Tovar y de Teresa. Siento frío. Pero la finura de ambos me permite sonreír al recordarlos.

Y así puedo volver a los paisajes mágicos en una de las etapas del arte de Alicia Leyva que tanto me recordaban la maestría insuperada de Turner. En sus propias palabras “he tratado de crear ambientes distintos que me han llevado a pasar del realismo poético a la fantasía poética de la que consta la última parte de mi obra. Mi forma de expresión es absolutamente sincera”. Y continúo mi charla con la acuarelista como si me llevara vuelto color sobre un papel mojado. Voy con Alicia Leyva por espacios de sueño, inexplicables. Más allá de Coyoacán, más allá de San Ángel, más allá de cualquier sitio en lo reconocible, existe este bosque entre nieblas por donde nos van guiando las perfectas capas de su pintura y por aquí charlamos.

Presente hoy en varias exposiciones colectivas, la vi por última vez hace un par de años. Entera y tan entrañable como para para asistir a un estreno mío con más de noventa años que no le impedían flotar. La tercera llamada interrumpió nuestra plática. 

Aunque hace unos días se fue de este mundo, aquí, paseantes por el espacio de una de sus acuarelas que me traslada a un rincón de San Angel, reanudamos la charla, “con la certidumbre de expresarse de acuerdo con el propio sentir”, en sus pinceladas únicas.

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