Alientos decembrinos

Hay que admitir que hay cosas que nunca van a gustar a los gobernados...

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Hay que admitir que hay cosas que nunca van a gustar a los gobernados pero que a veces tienen que hacer los gobernantes. La gente no está para esperar resultados de sesudas estrategias sino para ver por el bienestar de sus familias, y los gobernantes no fueron elegidos para quejarse sino para dar resultados. Es un precio a pagar a cambio de la égida, sin duda. Pero la situación empeora no cuando haces cosas buenas que parecen malas, sino cuando, aun al paso del tiempo, lo malo empeora y nunca llegan los beneficios deseados, aun en el supuesto de que el gobernante sea un alma pletórica de buena voluntad.

Lo hemos dicho sin ambages: renegociar la deuda de Quintana Roo –aumentarla sí, por feo que sonara ante la opinión pública– no era opción, sino la única medida viable; hacer que la juarista austeridad republicana dejara de ser una simulación publicitaria para convertirse en una disciplina gubernamental era una política que urgía aplicar a la voz de ayer, con todo y las cabezas rodantes, incluidos algunos –o lamentablemente tal vez muchos– justos entre los pecadores; regularizar las discrecionales y abusivas –y “mochadas”– contrataciones gubernamentales en todos los rubros, incluida la publicidad en medios, ya no admitía demora, pero para mala fortuna del gobierno del cambio dichas determinaciones inevitablemente tendrían que venir acompañadas de irritación social y deterioro inmediato de la imagen de un gobierno que nació con expectativas que acaso no tuvimos en Quintana Roo desde la asunción del pater estatal Jesús Martínez Ross.

Si el statu quo no evolucionara, si las difíciles medidas que aplicó el gobierno de Carlos Joaquín en sus primeros dos meses de ejercicio se quedaran ahí, si el corto, mediano y largo plazos no llegaran a cristalizar en un futuro mejor para Quintana Roo y sus familias, para toda su gente, nada habría valido la pena, ni lo hecho ni los ríos de tinta –o cúmulos de bytes, gigas, o como digan los odiosos millennials– que han corrido, a favor y en contra, hubiesen tenido razón de ser: ni la larga campaña contra una añeja inercia, ni el sacrificio del bono revulsivo de un líder que le ganó al sistema habrían tenido sentido.

El año “del cambio” se extingue. A lo hecho, pecho. Hay que ver a la vuelta del calendario hacia dónde nos conduce una innovación gubernamental que todavía no entendemos y que tal vez ni siquiera comprendan del todo sus diseñadores. Lo que sí se vale es poner el calcetín en la chimenea y franquear la carta a los reyes magos.

Expliquémonos: para que la economía del Quintana Roo de hoy no resulte un espantoso error es indispensable que los propósitos de año nuevo de Carlos Joaquín y de su secretario de finanzas Juan Vergara Fernández llenen en beneficio para la población los huecos que dejaron los recortes del arranque. A saber:

Haber reducido el monto mensual del servicio de la deuda y abatido los ingentes montos de los pagos comprometidos tendrá que traducirse en una operatividad gubernamental notable, sobre todo en lo social. Los recortes y despidos dados no permitirán justificaciones para la ineficiencia y la inacción burocrática; los ahorros por la austeridad aplicada deberán verse en mejores obras y servicios. El empleo menoscabado en la administración pública tendrá que traducirse en lo inmediato en mejores oportunidades de ingresos para las familias. El fin de las “mochadas” y los negocios en las licitaciones y contratos habrá de redundar no sólo en mejores costos, sino en obras y servicios. Nos atreveríamos a agregar, incluso fuera de agenda de la administración propiamente dicha, la necesidad de un acuerdo de reconciliación social y política que fuera tan incluyente como las promesas del entonces candidato que se atrevió a enfrentar a Sansón a las patadas.

Ya lo sabemos: se ve difícil, más al inicio del mes de los buenos deseos y la bienaventuranza, aunque sea por un momento, hay que imaginar –soñar– un panorama más alentador.
Imposible… no es.

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