Amor en cada latido

Di el primer paso titubeante, como si se tratara de un ritual pagano, con el cuerpo decorado por fragmentos del deseo que no podía ocultar.

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Mientras sus ojos se acostumbraban a la noche, ahí estaba yo, enredada entre notas de vino y blues, amándole, al tiempo que derramaba sus sueños sobre mi cuerpo y fundía la locura al rojo vivo sobre mis labios.

Mientras sus ojos se acostumbraban a la noche, que me daba ese aspecto casi inocente, la ferocidad me oscurecía la mirada, mientras permanecía de pie y semidesnuda a la mitad de su sueño, vestida por un juego de sombras y sábanas, sosteniendo mi último anhelo que resbalaba, junto con la seda, de mi cuerpo.

Mientras veía al amor demorarse en llegar hasta él, el eco de mis latidos retumbaba bajo cada centímetro de mi piel, al compás de su respiración, al compás de la irremediable locura, al compás del incontenible amor que se me desbordaba desde la raíz, a sabiendas de que no íbamos a ningún lugar, a sabiendas de que entre nosotros sólo existirían vestigios de un instante que atesoraba y resguardaba del olvido.

El brillo oscuro de sus ojos era toda la luz que me iluminaba, trazándome el camino hacia él. Di el primer paso titubeante, como si se tratara de un ritual pagano, con el cuerpo decorado por fragmentos del deseo que no podía ocultar.

Y mientras sus ojos se acostumbraban a la noche, ahí estaba yo, amándole antes de comenzarle a amar.

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