Aprendizaje continuo

El poeta atiende el llamado del joven agradeciendo la magnitud de su confianza...

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A finales de otoño de 1902, un joven decide enviar una carta al autor del libro que lee, le confía su propio trabajo creativo, le pide consejo, le conversa un poco de su vida. El poeta atiende el llamado del joven agradeciendo la magnitud de su confianza, tratando de hacerse digno de ella mediante una sincera respuesta.

Si bien, la escuela militar y la escritura –espacios compartidos en tiempos distintos- produjeron el acercamiento de estos dos jóvenes, fue la humildad con la que ambos asumían su condición de eternos aprendices lo que permitió el diálogo prolongado.

A sus veintisiete años, Rainer María Rilke ya gozaba de cierto prestigio, pues había publicado más de ocho libros; sin embargo, las obras que le dieran fama universal las escribiría después de trabajar con el escultor francés Auguste Rodin, a quien reconoce como su más grande maestro.

Las cartas de Rilke fueron publicadas por primera vez en 1929, tres años después de su muerte. La introducción del libro la escribió Franz Kappus, el joven que años atrás se atrevió a escribir al poeta checo, iniciando así una relación epistolar que duraría seis años.

Bajo el título Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilke, leo la traducción de Alma Alicia Martell, segunda edición de Colofón, S. A., publicada en 1997.

De las cartas extraigo algunas frases que me parece continúan aconsejándonos, como en su tiempo lo hicieron con el joven Kappus:

“Su soledad, […] le será sostén y hogar, y desde ella encontrará usted todos los caminos”.

“Eso que llamamos destino no es algo exterior al hombre, sino que surge de él mismo”.

“El futuro está fijo […] somos nosotros quienes nos movemos en el espacio infinito”.

La lectura en general, y las de las cartas en particular, nos da la oportunidad de poder reconocernos en el otro, y al mismo tiempo nos concede la gracia de vernos a nosotros mismos con ojos ajenos.

Te invito a intentarlo, ¡feliz sábado!

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