¡Ay reata no te revientes, que ya es el último jalón!

En el Centro INAH Quintana Roo muchos ya aplaudían, hasta con los pies, la virtual salida de Adriana Velázquez Morlet...

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En el Centro INAH Quintana Roo muchos ya aplaudían, hasta con los pies, la virtual salida de Adriana Velázquez Morlet que, después de tres lustros como directora, tendría que haber dejado la desgastada silla a algún otro impetuoso y sobresaliente profesional dominador del tema, más que importante en Quintana Roo por su invaluable patrimonio cultural en monumentos históricos, pero también por la virtual generación de recursos a partir de la actividad turística en torno a ellos.
 
Adriana y yo trabajamos a principios de siglo difundiendo ese enorme patrimonio cultural maya de Quintana Roo. Me dio manga ancha para realizar reportajes en cada uno de los centros ceremoniales ya puestos en valor o apenas en proceso de rescate. Hasta un libro de recopilación de los sitios arqueológicos mayas me dedicó.
 
Por ella conocí al desaparecido Enrique Nalda Hernández, a Hortensia de Vega Nova y a Fernando Cortés de Brasdefer, destacados investigadores. También conocí inquietos  trabajadores sindicalizados, como Antonio Rodela Piedra, con quien trabé una amistad que perdura hasta la fecha. Luego, tras una serie de hallazgos nada profesionales y escasamente justificados por la directora -todos publicados en la prensa-, quedé vetado y hasta el saludo me retiró, no sé si por la cantidad de dinero que habría dejado de embolsarse o simplemente por haberla exhibido ante la sociedad.
 
En esos ayeres hubo material para respaldar acusaciones graves, aunado a la inquietud de los trabajadores sindicalizados que se manifestaron hartos de los supuestos abusos y malos tratos de Adriana. Y debo reconocer que sí tenía su carácter. Pero no pasó nada. El entonces director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Sergio Raúl Arroyo García, la cobijó ampliamente y hasta autorizó la instalación de luz y sonido en el sitio arqueológico de Tulum, el más visitado de Quintana Roo y uno de los más importantes del país.
 
Les decía que muchos trabajadores ya anticipaban la salida de Adriana con el relevo en el gobierno federal, cuando los medios nacionales dieron a conocer la noticia del regreso del  etnólogo Sergio Raúl Arroyo García, entre otras cosas, benefactor de nuestra delegada del INAH.
 
Con este nombramiento, toda esperanza de un cambio en la dirección del instituto es poco probable, por lo que habrá que pensar que Adriana terminará sus días útiles en el mismo segundo piso del Centro INAH Quintana Roo, con sede en esta capital. Al cabo, nunca quiso cambiar de domicilio. 
 
Pero fue la propia Adriana quien me explicó que la responsabilidad del INAH no es abrir sitios arqueológicos, sino clarificar su origen, recuperarlos, restaurarlos, darles mantenimiento y custodiarlos. El asunto turístico corresponde a otras autoridades.
 
En Quintana Roo hay conocimiento sobre la existencia de unas dos mil estructuras, quizás no todas monumentales, pero sí históricas, parte de la herencia de los mayas ancestrales, muchas de estas en el sur del estado. 
 
El INAH obtenía recursos de diferentes organizaciones europeas para la investigación de sitios arqueológicos en Quintana Roo, pero siempre fueron insuficientes.
 
Quizás con el retorno de Arroyo García pudiera plantearse algún proyecto para abrir sitios como Ichkabal o Chakanbakán, que aún no cuentan con servicios, y que en temporada de lluvia son inaccesibles, pero que serían un atractivo de enorme magnitud.
 
Y no es que esté a favor de los espectáculos coloridos estilo gringo en vestigios culturales de una casta de semidioses, envidia cultural de cualquier país. Es sólo que podría valer la pena generar una mayor actividad turística en la zona, con circuitos turísticos prediseñados en torno a los sitios arqueológicos, complementados con leyendas antiguas, gastronomía y artesanías de la región, como ha sido desde hace más de una década en ciudades como Puebla de Los Ángeles.

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