Bienvenido, Umberto Eco

No es hora para las despedidas,su muerte física debe invitarnos a regresar a nuestras estanterías a releer febrilmente al gran maestro.

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Mucho va a comentarse, y qué bueno, de las obras de Umberto Eco con ocasión de su muerte. Se revisará al gran pensador, sabio como pocos y capaz, también como muy pocos, de reconstruir el pasado para diagnosticar el futuro. Estoy cierto de que 'Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas' será releída y comparada con 'Número cero', a pesar de que el primero es un ensayo profético y la segunda, una novela que comprueba mucho de lo profetizado.

No tuvo miedo Eco de pasar desde la filología hasta la creación literaria ni de llevar el análisis más profundo de la disputa nominalista a la lista de los bestsellers. Y, al hacer este viaje que a muchos parecía imposible, tampoco tuvo miedo de dar una ya inexcusable lección magistral: el creador, el pensador, el analista no deben ser frenados por una supuesta incultura masiva que ha sido decretada precisamente por los mercenarios de los medios. 

El 'Nombre de la rosa', que exige replantearse no sólo a Aristóteles y la parte perdida de su 'Poética', sino a la risa de Jesús y el resultado de que el Redentor se riera en el destino de una Iglesia tan 'seria' como ha querido hacerla su jerarquía. Esa novela es un bestseller, como lo fueron en su momento 'El péndulo de Foucault', que estudia y desnuda el esoterismo y sus ramificaciones, así como 'El cementerio de Praga', que novela y denuncia la falsificación de 'Los protocolos de los sabios de Sión' de los cuales partió Hitler para sustentar su antisemitismo.  

Unos cuantos títulos para ejemplificar cómo la erudición puede compartirse con la cultura de masas. Vale, inclusive, señalar que 'El nombre de la rosa' fue llevada con calidad al cine por  Jean-Jacques Annaud, con Sean Connery y la presentación del muy joven Christian Slater.

Los lectores no son idiotas: lo que no saben lo aprenden cuando un talento como el de Umberto Eco lo demuestra como necesario.

Hará falta Eco en la misma medida en que los mercenarios desprecien sus lecciones magistrales y la crítica sin concesiones que a todos vino a hacernos.

Por lo pronto, no es hora para las despedidas sino para la jubilosa bienvenida: su muerte física debe invitarnos a regresar a nuestras estanterías a releer febrilmente al gran maestro. Y a dialogar con él una vez más, un diálogo mucho más real que el sostenido en las redes “sociales”.

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