De los birladores de libros

Estas criaturas suelen arrastrarse por los pasillos polvosos de bibliotecas personales, librerías y ferias editoriales siempre en busca de su ansiado presa: el papel impreso...

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Además de los voyeuristas bibliófilos, otros de los seres que componen la fauna bibliomaníaca es la de los “birladores”; o, para decirlo en pocas palabras: los ladrones de libros. Estos han existido desde tiempos de Gutenberg y perviven aún en nuestros días. Estas criaturas suelen arrastrarse por los pasillos polvosos de bibliotecas personales, librerías y ferias editoriales siempre en busca de su ansiado presa: el papel impreso.

Es bien sabido que el olor de la tinta les atrae. Pero lo que más les gusta es la mejor clase de libro que puede haber: uno gratuito. Sus razones para robar son de las más variadas y considero que, bajo su lógica, tienen toda la razón. Aquel que roba un libro y se arriesga a ser capturado es un ser cuyo arrojo y pasión por la lectura le lleva a esas medidas extremas. Una vez avistado el libro de sus obsesiones -cuyo precio frecuentemente es impagable, aunque no siempre-, nada podrá detenerlo en su afán de poseerlo.

Más allá de toda consideración ética y moral, hay que tomar en cuenta que, por lo general, los birladores de libros acaban leyéndolos. Eso, en un país de ignaros y analfabetas funcionales, debería hacerles acreedores a alguna clase de reconocimiento, en lugar de la condena penal y social que les cae cuando son capturados. En una ocasión, en la FIL de Guadalajara, fui testigo de cómo 3 jóvenes eran arrestados con lujo de violencia: en sus mochilas llevaban 80 libros con valor de 18 mil pesos aproximadamente. Una fruslería comparada con las cantidades que cargan los narcos que caminan libres y muy orondos por las calles.

No hay que soslayar que, aparte del hecho de obtener una pieza editorial largamente anhelada, hacerse de un libro ajeno conlleva cierta emoción. Razón por la cual algunos roban libros -aunque sean capaces de pagarlos-. Son adictos a la adrenalina, poderosa sustancia que le otorga un valor agregado al trofeo en cuestión. Otros, los profesionales, roban muy poco pues desean sólo lo necesario: rarezas editoriales de pequeño tamaño y precio elevadísimo.

Sea como sea, dudo que un verdadero amante de la lectura jamás se haya robado un libro o, de perdido, se haya visto tentado a hacerlo. Sin hacer apología del crimen, considero que es pecata minuta. Después de todo, tal como el personaje Jean Valjean que robó unas hogazas de pan por hambre, el ladrón de libros no es sino un pobre famélico ansioso por alimentarse de lecturas y, ¿por qué no…?, aventuras.

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