¿Blindados?

Los chilangos aún están lejos de los bonitos espectáculos que acostumbramos en el norte del país, donde los cuerpos torturados son colgados de céntricos puentes.

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Para la geopolítica defeña, las 13 muertes del Edomex pudieron haber sucedido en Monterrey, Veracruz o Cuautitlán. La bronca es que los malosos perdieron todo respeto y además perpetraron, en la capital de todos los mexicanos, 22 asesinatos más. Pero que no panda el cúnico: el procurador Rodolfo Ríos ya aseguró que éstos no pueden ligarse al narco porque no había presencia de narcóticos —ajiú—, que las investigaciones van muy avanzadas y que las muertes se debieron a riñas.

Sí, a riñas entre Los Z, el cártel del Pacífico y La Familia; sin descontar que algunos entre los anteriores hayan sido efectivamente crímenes entre particulares —digamos delitos pasionales o el cobro de una deuda—, cuando menos la mitad fueron incómodamente similares a los que acostumbran los narcos: no un asunto de balas perdidas o de cuchilladas enfurecidas, sino disparos precisos, a sangre fría y dirigidos a cabeza o a corazón, donde los cuerpos son luego encontrados atados de pies y manos y con las bocas o cabezas ahogadas en cinta canela.

Los chilangos aún están lejos de los bonitos espectáculos que acostumbramos en el norte del país, donde los cuerpos torturados son colgados de céntricos puentes, algunos encendidos como teas, y las amas de casa esquivan balaceras en su camino al kínder. Pero hasta la fecha, dentro o fuera del DF, toda autoridad ha reaccionado ante los primeros signos evidentes de que el crimen organizado se enseñorea en sus territorios con un cándido no pasarán; se toparán con pared; estamos blindados; no fue el narco, fue Teté. Da igual; uno, dos o tres años después, comandos armados se pasean por sus calles y avenidas como si tuvieran la total complicidad de las policías locales. Como si.

En la Ciudad de Vanguardia las extorsiones a tianguistas y tenderos por parte de los cárteles son moneda corriente, las narcotiendas se han multiplicado bíblicamente, los clicktivistas satanizan el combate al narco mientras fuman churritos y conseguir coca es infinitamente más fácil que lograr un permiso para remodelar una barda, pero el grueso de la ciudadanía aún vive relativamente a salvo de la violencia de los sicarios. Porque aunque mienten con todos sus dientes quienes afirman que el DF es una ciudad segura —no lo es y nunca lo ha sido—, hasta ahora se padece allí solo el delito común que, tan terrible como puede serlo, es juego de niños comparado con la violencia del poder del narco.

Ojalá que Ríos tenga razón y que lo de este fin de semana no sea un anuncio del porvenir.

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