Cambiar a los mexicanos… por dentro
Resulta que no puedes ir siquiera a un partido de futbol vestido con los colores de tu club porque los contrarios te pueden dar una paliza.
Un país inmoral no puede ser un país seguro. Lo constatamos a diario en estos pagos. Pero, ¿cómo se construye una sociedad de individuos honrados si el escenario está ya poblado de ciudadanos tramposos, rateros de todo pelaje (el robo es una auténtica epidemia nacional), funcionarios deshonestos, policías corruptos, jueces vendidos, sindicalistas mafiosos y jóvenes metidos a sicarios?
Resulta que no puedes ir siquiera a un partido de futbol vestido con los colores de tu club porque los contrarios te pueden dar una paliza. Al bus del equipo visitante lo tiene que escoltar la policía y de cualquier manera lo reciben a pedradas.
Esta violencia, desde luego, tiene un incontestable componente “social” (el palabro justifica ya prácticamente todo, desde el vandalismo hasta la criminalidad pura y dura) pero, aun entendiendo que hay mucho enojo en la sociedad mexicana, ¿cómo es que el rencor de algunos merece tanta comprensión y cómo es que otros connacionales —los padres de los niños que son dejados sin escuela por esos famosos maestros agitadores en Oaxaca, por ejemplo— parecen aceptar las cosas con una extraña resignación, por no decir fatalismo, sin tomar ellos las calles ni armar alborotos?
Esta combinación de deshonestidad reconocida y violencia tolerada constituye un coctel nefastísimo para México. El gran problema, sin embargo, es que estamos hablando, en ambos casos, de prácticas ejercidas por personas reales amparadas, encima, por una escandalosa impunidad.
Si la construcción de un Estado eficaz es un proceso histórico muy complejo, entonces yo me pregunto cómo es que vamos a edificar una colectividad de ciudadanos con verdaderos valores cívicos. El reto es colosal: se trata de cambiar a la gente. Ustedes dirán...