Cuando pienso en nuestra 'DEMOCRACIA', deseo que México sea un reino y que quien nos gobierna sea un rey, que no tiene más compromisos que con el Creador y su pueblo.

Que no tiene que quedar bien, ni tolerar las falsas formas para cuidar  su permanencia en la silla.

Un rey que pueda ser amado y temido,  equivocarse, pedir perdón y corregir su error.

Un rey, que en este momento que atraviesa la humanidad, no tenga necesidad, ni permita el enriquecimiento desmedido de sus colaboradores. Es válido hacer fortuna cuando se trabaja con honestidad y se tiene la preparación requerida para desempeñar un puesto, pero no exagerar.

Un rey que no permita los arreglos bajo la mesa y su prioridad y garantía de  permanencia sea el bienestar del pueblo.

Un rey sin prisa por llenarse los bolsillos y los de sus colaboradores, porque va a estar ahí hasta que muera o abdique en favor de alguno de sus descendientes. 

Pienso que podemos ver algo semejante en la persona del Papa.

Ha de haber una política a puertas cerradas tremenda, lucha diplomática y a veces no muy diplomática encarnizada, porque son muchos los intereses que se enfrentan. Pero cuando el ganador es investido Papa, entonces el hombre ya puede purificarse, despojarse de todo lo que sucedió, porque hubo que hacerlo, para su llegada al trono… Y puede reinar santa y sabiamente, apoyándose en sus colaboradores.

Creo que esa purificación la hizo el Papa frente a la imagen de la Virgen de Guadalupe.

También podría hacerlo cualquier presidente y quedarse para toda la vida y su descendencia seguir reinando.

Mucho dinero se ahorraría el país en jubilaciones de funcionarios y campañas sexenales. Los funcionarios escogidos para la administración servirían con orgullo, agradecimiento y lealtad. Sucede en países del primer mundo.

Desperté pensando:… ¿Y si este sueño fuera realidad? Sé que algunos sonreirán discretamente.