El camino de los peregrinos

En su recorrido, el guadalupano también se encuentra con el frío y el silencio de las carreteras, las casas y la vida de otros pueblos...

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Para el abuelo Gras

Las horas más difíciles para los antorchistas son las de la tarde, cuando el sol calienta el pavimento y de paso quema la piel. Muchos de ellos ya se han quitado los zapatos porque tras días de recorrido sus pies dejaron de tenerle miedo a los caminos, incluso a los de piedra, y cualquier sensación de dolor enseguida es apagada por la esperanza de cumplir su promesa. Es 12 de diciembre. Falta muy poco para llegar hasta el altar de la Virgen para cantar un poco y rezar aquel Ave María que cuando pequeños tan complicado fue de aprender, pero que a veces es lo único verdadero en medio de la soledad. 

En su recorrido, el guadalupano también se encuentra con el frío y el silencio de las carreteras, las casas y la vida de otros pueblos, el recuerdo de aquellos que se han ido… 

En medio de este ambiente el peregrino piensa en casa y extraña lo que tiene. Corre y sufre de cansancio porque no conoce otra forma de agradecer, y como recompensa recibe el aliento de los que también creen. Los niños son los que más aplauden cuando desde lejos ven a un antorchista trotar. Se forman en las banquetas y chocan sus manos dando un poco más de fuerza a la esperanza. En las iglesias, las señoras reparten tamales, tortas de pollo o tacos de carne molida, mientras los señores sirven vasos de refresco, y si es posible de arroz con leche. 

La importancia de este día para el mexicano va más allá de la religión: es una fiesta en donde la solidaridad y el amor están presentes entre los pueblos, y la necesidad de creer hace que miles de peregrinos entreguen su dedicación a una sola causa. Hay quien dice que todo lo del 12 de diciembre es solamente una farsa. Yo creo que cualquier muestra de fe en estos tiempos debería ser considerada un milagro.

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