¿Caudillos a estas alturas? Desde luego que no, gracias…

Pero con todo y salvadores de la patria, hay países que no lograrán transitar hacia la modernidad.

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Las pequeñas cosas son las que definen, por así decirlo, el color de nuestra vida de todos los días. Los hombres políticos suelen entonar grandiosos discursos sobre las gestas colosales que van a protagonizar —sobre todo cuando no están todavía en la agobiante faena cotidiana sino meramente prometiendo paraísos— pero un mundo verdaderamente ideal no debiera estar marcado por heroicos salvamentos y hazañas portentosas sino apenas por una administración eficaz de los asuntos corrientes. O sea, que lo mejor que nos puede pasar, a nosotros los ciudadanos, es no encontrarnos, de entrada, en ninguna situación que amerite auxilios extraordinarios. Qué mejor cosa, en efecto, que no necesitar socorros homéricos gracias a que disfrutamos, todos, de un plácido entorno de normalidad. ¿Héroes? De preferencia no, muchas gracias (porque no nos hacen falta).

Y así, en las prósperas sociedades occidentales, un buen administrador —o sea, un tipo sin delirios de grandeza ni ánimos de hacer historia— sería mucho más admirable (aparte de provechoso) que ese prócer tercermundista que, proponiéndose rescatar a su pueblo, se coloca, él mismo, en una situación de avasalladora preponderancia. Al caudillo, es bien sabido, hay que rendirle honores y adoración. El cacique, pretextando dotes de libertador, se arroga derechos extraordinarios y sus obnubilados seguidores comienzan a combatir fanáticamente a todo aquel que no piensa como ellos. Qué espanto.

Las promesas de los salvadores dejarán de marearnos el día en que todas nuestras calles estén bien pavimentadas, que gocemos de un empleo digno y compitamos ventajosamente con otras naciones donde los obreros ganan más plata, que tengamos bien repleto el refrigerador, que la educación mejore, que todos tengamos derecho a los servicios de salud óptimos y que gocemos de seguridad. Ese día, por desgracia, no ha llegado todavía.

Pero con todo y salvadores de la patria, hay países que no lograrán transitar hacia la modernidad —ese universo de bienestar, reglas claras, economía boyante y certezas— y el nuestro parece ser uno de ellos. Hemos escuchado hasta la saciedad que México está obligado a emprender varias reformas de fondo para trasformarse y crecer económicamente. Pero, así como son de insistentes las voces que nos llaman para cambiar, así somos de reacios a los cambios.

Lo más leído

skeleton





skeleton