De los cazadores de libros

Un bibliófilo serio se entrena para ser el mejor. Antes de salir a cazar libros hay que calentar tanto la mente como el cuerpo.

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A menudo se piensa que ser lector, librero o cazador de libros no es un deporte, aunque, siendo fieles a la verdad, desde mi perspectiva hay que estar en plena forma física para realizar esta actividad, que por lo demás exige facultades más allá del sedentarismo que los poco avezados imaginan. Un bibliófilo serio se entrena para ser el mejor. Antes de salir a cazar libros hay que calentar tanto la mente como el cuerpo. Primero se comienza con la calistenia de la memoria, dando un breve repaso a los títulos y autores que se buscan o que ya se tienen en la biblioteca personal, pues no es cuestión de repetir, a menos que uno encuentre una oferta que no pueda rehusar.

Acto seguido y antes de entrar en una librería, tianguis o feria, habrá que mover hombros, cuello y cintura, estiramientos necesarios si se quiere ser rápido y efectivo, pues el cazador de libros debe ser capaz de mover el cuello de un lado para otro mientras lee miles de lomos con títulos que pueden -o no- estar al revés. Lo mismo ocurre con los hombros, pues después de unas horas de levantar, hojear y acomodar libros en estanterías los músculos se calientan y se tensan. Un buen movimiento de cintura es indispensable para entrar en pequeños pasillos o eludir cúmulos de gente como los que acuden a las ferias de remates editoriales.

No hacerlo podría acarrear dolores o una lesión seria. El bibliófilo o cazador de libros se juega el físico comparado con el lector pasivo, ya que es protagonista activo de sus correrías en busca de rarezas y ofertas –a menos que compre por internet, lo cual no está exento de horas nalga también pesadas-. La flexibilidad es parte importante de esta profesión debido a que es frecuente que uno acabe agachado para alcanzar los anaqueles más bajos (hay que hacer mucha pierna para aguantar estos castigos y no presionar la zona lumbar).

Unas rodilleras y ropa cómoda son parte del uniforme de trabajo, no hay que obviar el hecho de que uno podría acabar en el suelo revisando ejemplares escondidos o cajas de saldos, siendo que estas sesiones son maratónicas y dolorosas si no se cuenta con un buen par de tenis o zapatos cómodos para esas horas que pasa uno de pie, caminando y cargando libros. Basta con cinco buenos ejemplares para que se alcance un kilo de peso (se sabe que cargar libros es un excelente ejercicio digno de la halterofilia, sólo para los brazos más aptos). Finalmente, si usted se topa con un individuo que usa anteojos, camisa de cuadros y manga larga, tenis o mocasines, con obesidad incipiente producto de una vida contemplativa y sedentaria, no se confunda: bajo esas fachas podría estar un atleta de alto rendimiento. Hágase a un lado, seguramente viene en busca de tesoros bibliográficos y no se detendrá ante nada ni nadie para conseguirlos.

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