El centenario Pastor
Emocionante velada musical se celebró el viernes pasado con motivo del centenario del natalicio del compositor Pastor Cervera y la entrega de la medalla, que lleva el nombre del carnicero de Santa Ana.
Hoy dejo de lado los asuntos políticos –no vaya a ser que Big Brother me aceite por violar el silencio que abusivamente nos impone a ciudadanos, aspirantes y partidos- y me ocupo de una emocionante velada musical celebrada el viernes con motivo del centenario del natalicio del compositor Pastor Cervera y la entrega de la medalla, que lleva el nombre del carnicero de Santa Ana que dio a Yucatán muchas de sus mejores canciones, al trovador y juglar tekaxeño Jorge Buenfil.
Desde la apertura con Los Juglares hasta el cierre con broche de oro a cargo de la Orquesta Típica Yukalpetén y sus solistas, el acto celebratorio fue emocionante y marco más que digno al homenaje a un artista que fue único por la calidad de sus letras, la hondura de su música y sus modos irrepetibles, majestuosos de acompañarse con la guitarra.
Quisiera detenerme en un momento especial: cuando Jorge Buenfil, acompañado del grupo Yahal Kab y de su hijo Emiliano en la guitarra, hizo una personalísima, avasalladora interpretación de una de las canciones más profundamente conmovedoras del repertorio del extinto compositor: el bolero El Collar. En total comunión de emociones con los músicos y con el público que casi llenó el Armando Manzanero, Jorge hizo vibrar todas las fibras del alma colectiva. Tremendo artista, tremenda canción.
Con la venia de los maestros que hablaron de Pastor –Luis Pérez Sabido, Mario Bolio y Enrique Martín- y que hablaron muy bien, me hubiera gustado ver ahí retratado como era al genio que despachaba carne en Santa Ana, bebía en el Foreing y arrojaba sapos y culebras por la desinhibida boca y nunca se tomó muy en serio eso de ser poeta.
Todo lo que dijeron es muy cierto, pero faltó ese toque de pimienta (más bien de chile habanero) para redondear las remembranzas de un hombre a quien conocí hace años, durante una parranda, en un sitio que se llamó El Trovador Bohemio, donde cantaba, fumaba, mentaba madres y vendía sus elepés (le compré dos para la linda acompañante).
Pastor vive. ¡Viva Pastor!