La cirugía taurina

En Yucatán recordamos que en 1977 el toro Cariñoso, de Santo Domingo, le partió la femoral a Rafael Gil, Rafaelillo, y le salvó la vida el angiólogo Santiago Sauma Ríos.

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La denostada lidia de toros bravos –aparte de ser una actividad que genera fuentes de empleo para miles de personas: desde la cría de reses hasta el arreglo y cuidado de las plazas- tiene aristas y aspectos que sus detractores difícilmente tomarían en cuenta porque no quieren verlos. 

Hoy quiero referirme a la cirugía taurina, una especialidad de la medicina moderna que, aparte salvar muchas vidas, ha generado conocimientos aplicados en las unidades de trauma en México y en el mundo y que seguramente ha rescatado de la muerte a algunos de quienes se declaran enemigos de la lidia de toros bravos, gracias a que están en los protocolos de urgencias derivados de la traumatología taurina.

El motivo es la gravísima cornada que sufrió, el jueves 17, en la corrida nocturna de la Plaza México, el subalterno Mauricio Martínez Kingston, similar a las que –en otras circunstancias- costaron la vida de toreros como el jovencísimo (21 años) José Cubero, Yiyo, el 30 de agosto de 1985 en la plaza de Colmenar Viejo,  en España, donde el último de la tarde le partió el corazón, y a Francisco Rivera, Paquirri, en Pozoblanco, apenas 11 meses antes, el 26 de septiembre de 1984. Yiyo, por cierto, fue quien se encargó de dar muerte al toro que mató a Paquirri. En este trágico percance se puso de manifiesto que la ausencia de un servicio médico capacitado fue causa directa del fallecimiento del diestro, que murió desangrado en camino a un hospital de Córdoba, ya que en Pozoblanco no había medios para operarle una herida cuya atención es hoy día casi de rutina en el mundo del toro.

A Martínez Kinsgton, de 53 años, le salvó la vida un avezado equipo médico con una unidad de trauma bien equipada y moderna, ya que el cuerno de Sangre Nueva le perforó el pulmón, le fracturó siete costillas y le dañoó el pericardio. Hoy está aún grave, pero las esperanzas de que se recupere son muy elevadas.

La atención al banderillero estuvo encabezada por el cirujano militar Rafael Vázquez Bayod, heredero de una tradición médica  taurina que tiene a uno de sus más distinguidos representantes en el Dr. Xavier Campos Licastro (qepd), jefe de los servicios médicos de la México de 1964 a 1990 y quien le salvó la vida, entre otros muchos, a Manolo Martínez, tras la cornada de Borrachón, de San Mateo, el 3 de marzo de 1974, y a Antonio Lomelín, a quien el 16 de febrero de 1975 el toro Bermejo, de Xajay, le partió el vientre. Aún se recuerda la espeluznante escena del acapulqueño corriendo al burladero con el paquete intestinal entre las manos.

En Yucatán  recordamos que en 1977 el toro Cariñoso, de Santo Domingo, le partió la femoral a Rafael Gil, Rafaelillo, y le salvó la vida el angiólogo Santiago Sauma Ríos, uno de los médicos de la Mérida, quien lo operó en un sanatorio que era de la Unión de Camioneros. Rafaelillo nunca terminó de pagar al galeno y, poco agradecido, habló mal luego de quienes le salvaron en Mérida.

La medicina de urgencias le debe mucho a la fiesta de los toros.

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