Colosio y el fin del PRI
La mitificación diluye al personaje de carne y hueso; también desvirtúa a la política, con sus farsas y miserias.
Singular espectáculo el del aniversario del asesinato de Luis Donaldo Colosio; singular, pero previsible. Afecto entrañable sí, oportunismo, también y en exceso. Voceros oficiosos, exégetas memoriosos, ventrílocuos más que intérpretes del finado.
Colosio, recurso útil para saldar cuentas, revalorar activos y recrear la ilusión de vigencia. Cada cual a su modo. Lo más encomiable: los hechos, la investigación; lo demás, un Colosio a la medida del escribano.
La mitificación diluye al Colosio de carne y hueso; también desvirtúa a la política, con sus farsas y miserias. Colosio lopezobradorista, dice Alfonso Durazo. Antes, según él, se parecía a Fox; Colosio patriota y sin los errores de diciembre, afirma Carlos Salinas. Todavía no hay quien se atreva decir que Colosio anticipó a Enrique Peña Nieto, aunque, nuevamente, Alfonso Durazo descubre en Colosio algo de Andrés Manuel y otro tanto de Peña. Todos amigos de Colosio, hasta un ex gobernador de Campeche no duda en incorporar en su ficha personal “amigo entrañable de Luis Donaldo Colosio”.
Una de las firmas más agudas, filosas e inteligentes, la de Juan Gabriel Valencia, habla de Colosio, el candidato dócil. Ingresa a terrenos difíciles, pero de obligada reflexión. ¿Quién era y cómo era Luis Donaldo? Pregunta no apta para viudas reales o imaginarias, porque Colosio era hombre de amores discretos y pasiones no tanto —nada que recriminar—, pero su muerte también dejó en el desamparo a miles de aliados, todos futuros miembros del gabinete o al menos gobernadores.
Percepción de docilidad en Luis Donaldo no quiere decir que hubiera tal. Acierta Durazo al decir que las conductas y actitudes deben enmarcarse en la cultura política “priista”, (¿existe otra? Calderón sometió como nadie al partido al yugo presidencial y Andrés Manuel designa candidatos y define posiciones partidistas de la peor manera tricolor).
Lázaro Cárdenas fue el candidato dócil de Calles y Echeverría de Díaz Ordaz y López Portillo de aquél. Puede haber prospectos de candidatos dóciles, pero no presidentes sometidos a sus antecesores, porque la lógica del poder se impone y éste no se comparte ni se cede o presta.
Un episodio poco recordado es el intento del presiente Salinas de acabar con el PRI. El trauma de la elección de 1988 con el fracaso del voto corporativo de los tres sectores llevó al presidente a revisar a fondo al PRI. Encomienda conferida a Luis Donaldo, quien se tambalea con la primera derrota en elección de gobernador, en Baja California en 1989. Territorializar al partido remitía a superar la estructura sectorial del PRI, vigente desde los años de Lázaro Cárdenas.
En el nuevo esquema los sectores valdrían lo que pudieran acreditar no en su membresía formal, sino en militantes partidistas. Colosio responsabilizó de la tarea del padrón partidario a Roberto Madrazo y le salió peor que Fidel Velázquez y los 20 millones de votos prometidos: para cumplir metas de registros vació directorios telefónicos. César Augusto Santiago, encargado de elecciones, lo mostró.
Colosio se reivindicó con el último triunfo arrollador del PRI en elección federal, la de 1991. Ganó todo. Camacho, entonces priista, arrolló en el DF y su operador de cabecera, Marcelo Ebrard, también priista salinista, quedó fuera porque no hubo espacio que asignar en la Asamblea, se ganaron los 40 distritos.
Se equivoca quien busque en el texto del 6 de julio de 1994 el ideario de Colosio. Los mensajes de campaña son para ganar votos. No son para definir programa político. El de Colosio fue para relanzar su campaña una vez despejada la amenaza de sustitución por Carlos Salinas. Colosio se registra en el IFE en cuanto se abre el término, de allí en delante se requería de formalidad partidaria para cambiar candidato. Libre de peligro, Colosio relanza su campaña y para eso fue su mensaje.
Para entender a Colosio es más revelador su último discurso como dirigente del PRI, con la propuesta del liberalismo social en el aniversario de 1993, ante el presidente Salinas. A partir de allí se integra una comisión para desaparecer al PRI. Aunque se vestía como la cuarta etapa, la idea era cambiar de nombre, ideología y estructura: el partido del liberalismo social, se extinguían los sectores y en su lugar quedaban las organizaciones de base del programa solidaridad.
Última tarea de Luis Donaldo como dirigente del PRI. Participan Genaro Borrego, Beatriz Paredes, Carlos Rojas, Javier Guerrero y algunos más que se reunían en la oficina privada de Colosio en la calle de Aniceto Ortega.
El candidato dócil prepara memorándum al presidente Salinas: el PRI no puede desaparecer, tampoco los sectores, quizás ineficientes para los votos, pero fundamentales para gobernar y expresan la alianza histórica del partido con obreros, maestros y campesinos.
Los grupos de solidaridad fuera del subsidio presidencial no dan para mucho. Colosio le ganó la batalla al presidente y también la antesala a la candidatura presidencial.