A Mariloli

Escritas o pronunciadas es seguro que siempre te encuentres rodeado de palabras. Las que decimos sin pensar, o las que pensamos sin decir, esas que se quedan rondando en nuestras mentes sin atreverse a salir y van cavando túneles profundos en nosotros, las que se alimentan de silencio y no se comparten.

Algunas más provienen de textos, lejos de quienes las escriben llegan a tus manos y en silencio las vas tomando a sorbitos o a grandes bocanadas, te vas llenando de ellas, te habitan por algún tiempo para luego partir, dejando espacio disponible a nuevas visitas. 

Muchas otras te salen al paso, en tu ir y venir diario atrapas palabras que llegan a ti en gritos o en susurros, te detienen, te hacen caminar más aprisa. No son tuyas, pero te invaden, vives sitiado por ellas hasta que el perdón o el olvido te devuelven el silencio de la hoja en blanco.

De ti salen otras tantas, las más importantes, porque aunque pareciera que sólo estás describiendo el mundo a tu alrededor, en realidad estás construyendo la casa que habitas, el lugar donde trabajas, el resguardo de tu alma, un espacio hecho a tu medida, tan pequeño o gigante, tan hostil o amigable como lo puedas nombrar. 

Las palabras son pequeños contenedores de imágenes, historias, ideas, recuerdos, memorias, sensaciones; vamos vaciando y renovando su contenido a medida que lo usamos. A su merced el tiempo se hace corto o largo, la distancia desaparece o se hace presente.

En los libros tomamos prestadas palabras, nos servimos de ellas para comprendernos mejor, para entender posibles razones de tantos porqués. De palabras estamos hechos, somos un magma cambiante de ellas, es cuestión de escoger de su infinita mezcla cuáles conservamos, cuáles usamos, cuáles hacemos nuestras, cuáles nos definen. Cada día, toda la vida.