La solidaridad de Las Patronas

En México, La Bella y la Bestia no es un cuento: en Las Patronas, Veracruz, una mujer 'entrega' a los migrantes lo más bello que tiene: el alma.

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Existe un pueblo en Veracruz llamado La Patrona, uno de los cientos puntos de la geografía de México que recorre el tren de carga conocido como La Bestia, en el cual a través de los años miles de centroamericanos han cruzado el país en su afán de llegar a Estados Unidos; ahí hace casi 20 años Leonilda Vázquez y su hija Norma Romero iniciaron una callada labor: con los muy raquíticos recursos personales de que disponían se dieron a la labor de ofrecer comida, agua, algo de ropa o un lugar dónde dormir a los miles y miles de migrantes que pasaban por su pueblo.

Un día domingo doña Leonilda envió a sus hijas por el pan y la leche para el desayuno, cuando las muchachas regresaban a casa el tren pasaba y algunos de los hombres de un vagón les suplicaron por un pedazo de pan, y ellas les entregaron algo de pan. La misma súplica escucharon en los vagones siguientes y sin meditarlo mucho entregaron todo lo que tenían.

Al llegar a la casa tuvieron que explicar a su madre lo que habían hecho; doña Leonilda escuchó en silencio y nada dijo, ese día no hubo pan y leche en la mesa, pero hubo un fuego en sus corazones que las impulsó desde ese momento; al día siguiente doña Leonilda le pidió a sus hijas preparar unos pocos alimentos para dar a los viajeros y así comenzó todo.

Los primeros años fueron los más duros, su callada labor se enfrentaba a la enorme cantidad de migrantes que podían ser de 300 a 500 por cada tren diario; intentaban paliar su hambre y desconsuelo con lo que tenían a la mano. En algún momento no tuvieron recursos para preparar nada y sólo permanecieron junto a las vías viendo pasar a los migrantes mientras sus rostros se llenaban de lágrimas por no poder ayudar.

Al saber la gente de su labor, la ayuda comenzó a llegar poco a poco, ahora reciben alimentos donados por empresas, personas que tienen comercios en distintos mercados o gente común que acude a visitarlas; niños y escuelas recolectan las botellas de plástico que las mujeres llenan con agua potable para los viajeros, les regalan el pan que ya no puede ser vendido y la Iglesia Católica destina la colecta de un día a la semana para comprar más alimentos.

No puedo evitar pensar en las últimas tragedias de los inmigrantes africanos al tratar de cruzar el Mar Mediterráneo para llegar a Europa; se cree que este 2015 han muerto más de 1,600 personas, la opinión pública europea demanda una solución, los gobiernos realizan reuniones y la mayoría de los políticos se niegan a solucionar la situación desde una perspectiva humanista. Italia implementó un programa de rescate que le costaba 10 millones de dólares mensuales, pero tuvo que abandonarlo ante la nula respuesta de los gobiernos europeos a cooperar.

¿Qué es lo que hace a Las Patronas trabajar tan intensamente y dar lo que no tienen? Con limitaciones económicas en sus propias vidas y recursos muy escasos, reconocen en el ser humano sufriente que tienen enfrente su propia humanidad, ven en él su propia debilidad, su propio esfuerzo y sufrimiento; han hecho suyas esas carnes hambrientas, sedientas y cansadas que desfilan frente a ellas; se han hecho hermanas de su dolor porque saben lo que ese dolor es, ellas también lo han vivido, ven con sus ojos, lloran con sus lágrimas y también sueñan con sus sueños y se reconfortan con su esperanza.

No reconocerse en otro ser humano es una de las peores tragedias, te hace sentirte diferente, alejado, te insensibiliza, sobre todo cuando tu realidad no te permite comprender lo que es el hambre, la sed, el miedo ante lo desconocido, la soledad o el abandono; verte y sentirte diferente aniquila la empatía, te acaba convenciendo de que ese cúmulo de dolor y sufrimiento no es asunto tuyo.

Hoy una treintena de mujeres están paradas a un costado del paso de un tren y no sólo alimentan a los hambrientos, sino preservan el sentido humano de este planeta. Las Patronas encarnan la enseñanza de Jesucristo, quien vio a unos ricos echando sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ella en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir.

¡Benditas mujeres de mi pueblo!, que con su amor siguen siendo madres no sólo de sus hijos, sino de tanto desvalido que la vida les pone enfrente. Gracias por enseñarnos cómo se ha de vivir esta vida.

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