¿Cómo gobernó el PAN?
Desperdició despreocupada y frívolamente ese colosal voto de confianza que le habían otorgado los mexicanos.
El PAN ya hizo las maletas y está a punto de salir de Los Pinos. No lo sacan “a patadas”, como pregonaba la sabrosa retórica de Fox, sino que se va porque los ciudadanos de este país han querido que vuelva el PRI. Así de simple y así de claro, señoras y señores. Y, justamente, ¿qué podemos decir? ¿Qué ha pasado? ¿Qué cosas ha hecho, o dejado de hacer, el gran protagonista de la tan cacareada transición democrática mexicana?
Lo primero que te viene a la cabeza es que el Partido Acción Nacional, una agrupación que llegó a contar con un extraordinario capital político en el momento mismo de llegar al poder luego de decenios enteros de hegemonía priista, no realizó ni lejanamente las transformaciones que necesita un país que, por el contrario, sigue siendo, hoy día, prácticamente el mismo que nos dejó Ernesto Zedillo (salvo que el crecimiento económico ha sido mucho menor).
Vicente Fox, en ese sentido, representa la más colosal decepción histórica que se pueda registrar en los tiempos recientes de México. Se esperaba, para empezar, que limpiara la casa y no lo hizo. Desperdició despreocupada y frívolamente ese colosal voto de confianza que le habían otorgado los mexicanos y no se enteró siquiera de que tenía una inmensa responsabilidad como hombre de Estado para cambiar de verdad a este país: no castigó a los corruptos, no desmanteló la estructura clientelar y corporativa creada por el antiguo régimen, no negoció las reformas estructurales que requiere México para modernizarse y, a contracorriente del espíritu de empresa que pretende promover su partido, acrecentó el tamaño de la burocracia gubernamental sacrificando con ello el gasto público en infraestructura y en inversiones productivas. Vamos, no tuvo siquiera la habilidad para lograr que se realizara la que iba a ser la mayor obra pública de su sexenio, ese aeropuerto edificado en terrenos salitrosos del Valle de México cuya construcción impidieron unos grupos, arteramente utilizados por la izquierda cerril, que, hoy mismo, se oponen también a que se explote la minería en Baja California Sur o que se instalen parques eólicos en Oaxaca (hay fuerzas muy oscuras, en este país, que rechazan el crecimiento económico, las oportunidades y los empleos y que, al mismo tiempo, extienden la mano para que papá gobierno les facilite, con el dinero salido de los bolsillos del resto de los ciudadanos, prebendas y canonjías).
Ahora bien, a diferencia de los presidentes populistas de Suramérica, Fox nunca tuvo el menor ánimo represor en contra de sus opositores, soportó críticas feroces y promovió inclusive la rendición de cuentas con una ley de Transparencia y Acceso a la Información. Pero, a pesar de que no entregó malos números en el ámbito macroeconómico y de que logró disminuir la pobreza en términos absolutos, su legado es muy exiguo si consideramos que tuvo en sus manos la irrepetible oportunidad de cambiar totalmente a México.
Calderón, por su parte, lo tuvo mucho más difícil. Desde el primer día se le apareció en el horizonte un opositor desleal con un desaforado propósito de acoso y derribo. Algunos analistas presuponen que su respuesta fue la implementación de una estrategia de combate al crimen organizado, y esto, para “legitimarse”. No han pensado, por lo que parece, que el término “espurio” no figuraba necesariamente en el inconsciente del Presidente de la República, sino que fue acuñado por el candidato perdedor y, además, que una “guerra” muy impopular y muy criticada no es la mejor manera, digamos, de adquirir legitimidad. En el haber de Calderón figuran también sus buenas cuentas económicas globales —en tiempos de severa crisis mundial, además— y un gasto sin precedente en infraestructura. Pero ni la instauración de un sistema universal de cobertura sanitaria ni el encomiable manejo de las finanzas públicas pueden maquillar los muy mediocres índices de crecimiento económico o la persistente realidad de una pobreza que no disminuye en amplios sectores de la población. Y el tema de la seguridad pública, más allá de los esfuerzos emprendidos, no se refiere solamente al desmantelamiento de unas organizaciones criminales con las que los ciudadanos no teníamos mayor cosa que ver, sino a la total restructuración de un sistema de justicia absolutamente podrido donde prevalecen unos escandalosos niveles de impunidad. Al vecino que recibe maltratos en el Ministerio Público cuando acude a denunciar el robo de todas sus pertenencias de poco le sirve saber que el gobierno lucha contra el cártel del Golfo.
El problema, sin embargo, es que México es un país muy complicado de gobernar. Arrastra problemas de fondo absolutamente descomunales que no se van a resolver de la noche a la mañana. La educación y la seguridad, hoy día, representan dos formidables escollos en el camino a la modernización. En todo caso, el PAN, en doce años, no hizo lo que hubiera podido hacer. Y los ciudadanos de este país, que son mucho más exigentes de lo que parecen, son quienes han dado la última palabra: es la hora del PRI. Dentro de 12 años habrá otro veredicto. Al tiempo.