Cómo leer una ponencia
No exagero al decir que más allá de una posible publicación y el valor mismo de la ponencia, lo esencial para su éxito es cómo se lee.
Quisiera abordar ya no el complicado asunto de hacer una ponencia, sino una cuestión incluso más difícil, que es el acto mismo de leer ese texto una vez trabajado a conciencia en el ordenador. Ya finalizada la investigación y aprobado el ensayo académico en un congreso, viene la parte truculenta para muchos eruditos y sesudos investigadores que, acostumbrados a estar inmersos en la biblioteca, comienzan a temblar a la hora de enfrentar a un público lleno de sus pares.
No exagero al decir que más allá de una posible publicación y el valor mismo de la ponencia, lo esencial para su éxito es cómo se lee. Una mala lectura puede provocar un frío recibimiento de lo que tanto nos ha costado escribir. ¿Quién no se ha dormido en esos farragosos encuentros literarios ante una lectura poco menos que soporífera? Nosotros los escuchas, después de interminables mesas y conferencias magistrales, vemos reducida la capacidad de atención al mínimo, así que una buena lectura es fundamental para captarla.
Una vez hechas las presentaciones y antes de entrar en materia, hay que establecer empatía con la audiencia, saludándola de manera informal y haciendo una pequeña introducción explicando los motivos para abordar al autor, el libro o el tema que va a tratar. Una vez obtenida su atención, la forma en la que se lee y lo que dice el primer párrafo es un buen indicador del tono en el que irá la cosa. Mida sus tiempos y ensaye previamente la lectura en voz alta, de manera que usted domine el ritmo y tenga la certeza de que sus 10 ó 15 minutos serán suficientes para abarcar lo expuesto.
Arranque como si leyera un cuento, haga emocionante lo que de todas maneras sólo a un puñado de especialistas le interesa y, sobre todo, no se ponga nervioso. No le diré que imagine desnuda a su audiencia, pero sí que se despreocupe en la medida de lo posible, recuerde que casi nadie participa en la ronda de preguntas y respuestas posterior. Tampoco olvide el hecho de que en realidad casi nadie está poniendo atención. Domine su voz, pues se sabe que un buen orador maneja las modulaciones e inflexiones propias de un recital.
Los cambios de tono son importantes si uno quiere mantener alerta a los escuchas y hacerlos sentir que está en una amena charla entre amigos. No engole demasiado la voz: nada hay más odioso que un sonsonete que pretende demostrar erudición y excesiva formalidad. Intercale observaciones donde considere pertinente, haga contacto visual con el público sin clavarse en las hojas impresas, que muchas veces resultan refugio de las muletillas o de una excesiva timidez.
El dominio escénico en estos casos y una dicción fuerte y clara salpicada de humor le garantizarán que su mensaje llegue a donde debe y, en especial, que esa mujer que le mira entre el público sea su potencial cita de esa noche…