Después de breve, substanciosa plática con el Lic. Clemente Escalante, vino a mi mente el recuerdo de un personaje al que admiro por el trabajo que realizó: Pablo de Tarso, de quien alguien dijo: “Sin Pablo, la Iglesia Católica, no sería lo que es”.

Ciudadano romano, poderoso, formado para defender a Roma, perseguidor implacable de  los cristianos representantes del cambio pero sin un ejército. Golpeó, denunció, encarceló y asesinó, hasta que un evento inusitado lo hizo comprender que estaba equivocado y cambió su actitud persecutoria, abrazando la fe en Cristo, a quien no conoció personalmente.

Surgió el nuevo Pablo, el maravilloso Pablo, el líder Pablo, que puso a temblar a sus propios correligionarios. El Pablo elocuente, convincente, el que oía cuando le hablaban las gentes, el que cimentó las ideas de libertad entre los más necesitados, que no eran precisamente los más pobres, pero sí los mas confundidos. Cuestionó fuertemente las doctrinas de su origen e hizo brillar en tal forma la fe en lo que creía que hoy sigue vigente su influencia.

El Pablo actual, el que anda entre nosotros, deseoso de servir, conocedor de las entretelas de la política y el poder cupular, ávido del cambio, ansioso de iniciarlo, necesitado de devolver al pueblo algo de lo mucho que le han quitado por generaciones sus dirigentes políticos, pero sobre todo devolverle la CONFIANZA en sus líderes, sus instituciones y en ellos mismos, para crear un México unido poderoso y feliz… Daría lo que fuera  porque este Pablo, como el otro, reconozca la diferencia, para ser EL esa diferencia.

ENTRE OTRAS COSAS: Se trata de limpiar el Monumento a la Patria, no de gastar en  páginas periodísticas tratando de justificar sus pifias. Es un simple comentario que no amerita tantas costosas explicaciones. Sólo tapen los huecos que hizo la administración anterior y laven los muros.