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“Mestiza Power” nos ha llevado a lugares inesperados; desde Europa, Perú y Estados Unidos, hemos tenido la fortuna de llevar un pedacito de Yucatán a otras partes.

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“Mestiza Power” nos ha llevado a lugares inesperados; desde Europa, Perú y  Estados Unidos, hemos tenido la  fortuna de llevar un pedacito de Yucatán a otras partes.

Ahora estamos a mitad de una breve gira como parte del Festival Internacional de Tamaulipas, organizado en colaboración con la Sedeculta y con la participación de artistas yucatecos que hicieron la delicia del público tamaulipeco.

Entre la precariedad de los tiempos y la ignorancia de esta vida que a veces no permite informarnos adecuadamente, llegamos a la primera sede: San Fernando. El iluminador nos informa de la difícil situación que se vivió en ese estado que fue azotado por el crimen organizado entre 2010 y 2011.

Me preocupa la seguridad de los actores que me acompañan. Con la tensión de estar en una zona conflictiva, preparamos todo, pendientes de cualquier  situación inesperada. La tensión se instala en el ambiente, pienso que es la primera vez que mi obra me lleva a un lugar “difícil”.

En contraparte, la hospitalidad y el buen trato, a pesar de las precarias instalaciones, hacen de nuestra estancia un lugar amable para compartir nuestra obra. El inicio es difícil, cuesta entender los modismos, pero “como se hace la luz en el ojo” el público empieza a responder a los personajes, las risas inundan la sala y terminamos con aplausos de pie, con la tensión erradicada del auditorio. Mención aparte merece Andrea Herrera, siempre con el profesionalismo y la pasión construida desde pequeña, sale a escena a dar todo y más.

Al final, la gente se toma fotos, comparte experiencias y entendemos la importancia de estar ahí, compartir nuestro teatro y nuestra cultura. Empiezo a creer que los aplausos y las risas van a callar el estruendo de las balas de una ciudad violentada. Hoy creo que San Fernando es uno de los lugares más bellos en los que hemos estado, la gente ha regresado a su fe y a pensar en positivo, a construir estrategias de protección para su familia, a estar pendientes de todos y a disfrutar los bocados del día a día.

Nos despiden con un abrazo y un “Dios les bendiga y les acompañe”, frase que se repitió y que seguramente se volvió verdad pues transcurrimos toda la gira sin ningún problema. Compartir el pan, como compartir la mesa y la cultura, es un ritual antiguo que merece repetirse para siempre.

Porque donde parece ya no haber camino, si hay espacios de arte y cultura, habrá esperanza para creer que aún podemos hacer algo para transformar las cosas que destruyen el mundo. Que todos los aplausos que sonaron en Tamaulipas sirvan para callar el eco de las balas que alguna vez sonaron en las calles.

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