Con arrullos de jazz

De pronto me quedé una noche escribiéndole a una sombra, entre gotas de vino, de lluvia y arrullando la penumbra con jazz.

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Se robó la presencia del silencio con un beso; mientras me robaba, sin saberlo. Mientras le amaba. Y la vida pasó frente a mis ojos, acomodé la montura de mis lentes y le observé, de lejos, de cerca, con los ojos cerrados y el corazón abierto.

Con sus advertencias y su mal carácter, bajo un velo de seda. Con mi pasión y necedad  enredadas en francés, con sus condiciones y mi disposición, con lo que nos fue llevando la vida. Le miré más allá, observando de cerca sus imperfecciones y amándole por cada una, aceptándole por cada una. Amándole. De pronto me quedé una noche escribiéndole a una sombra, entre gotas de vino, de lluvia y arrullando la penumbra con jazz.

El mundo continuaba afuera, pero dentro, sobre un piso de madera decorado por las sombras de las velas, bajo la ligera oscuridad acompañada de la paz que trae la noche, una joven mantenía una elegante discusión con la vida, sirvió más vino y mojó sus labios, pensativa, buscando las palabras adecuadas para debatirle en aquella plática de intelectuales, pero no pudo más que sonreír.

A veces le da por besar su recuerdo con los labios rojos, y sin saberlo, él le lleva puesto. A veces le da por abrazar su recuerdo, y sin saberlo, casi todas las noches duerme con ella. A veces cuando ella está pensando en él, él está pensando en ella, pero sólo la vida es testigo.

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