El Congreso como autopsia

Cordero decidió que lo más importante ese día era acudir al súper tazón a apoyar a los Halcones Marinos de Seattle.

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El domingo se reunió el Congreso General para abrir sesiones. Hubo ausencias notables, pero ninguna como la de Ernesto Cordero, destituido coordinador de la bancada panista en el Senado y fracasado delfín de Felipe Calderón para ocupar, nada más, la Presidencia de la República.

Cordero decidió que lo más importante ese día era acudir al súper tazón a apoyar a los Halcones Marinos de Seattle, cuyos emblemas portaba con auténtico orgullo, en compañía de su padrino ex presidente. Al ser cuestionado, lejos de intentar una disculpa, adujo que no faltó a nada relevante y que, en todo caso, le descontaran la inasistencia de su dieta. Otro tanto coreó Calderón.

La gala de frivolidad hecha por el senador no debe pasar como un escándalo más.

Hace apenas tres décadas, el Senado era un bastión inexpugnable del PRI. Hacia 1988, de manera inusitada, el FDN logró la mayoría en el D.F. y Michoacán, con lo que cuatro opositores, destacadamente Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, alcanzaron un escaño. En 1991, de los cuatro sólo quedaron dos, y no fue sino hasta 1994 que un número significativo de opositores llegó a la llamada Cámara Alta.

Para un demócrata, la apertura de sesiones del Congreso tiene, al menos, un doble y profundo significado. Por un lado, en el derecho personal de presentarse a esta exclusivísima pero extremadamente democrática y republicana ceremonia, siendo opositor, cristalizan las décadas de lucha en que los mexicanos, a fuerza de votos, abrimos las puertas de la maltrecha democracia mexicana. Millones aportaron su esfuerzo. Muchos dedicaron a ello sus vidas y no pocos las perdieron en la lucha.

Por el otro, el Congreso por sí mismo es la institución vertebral de la República. Es ahí, y sólo ahí, donde la inmensa mayoría de los mexicanos vemos nuestros votos convertirse en actos políticos. Es ahí donde, alguien me dice que la frase es de Alfonso Reyes, late el corazón de la República.

No para Cordero, cuyas lealtades están más con un equipo al otro lado de la frontera que con la totalidad de los mexicanos a quienes constitucionalmente representa.

Lamentablemente no fue el único: cerca de una tercera parte de los legisladores despreciaron al Congreso. En ellos podemos ver el mal tal vez mortal que aqueja a nuestra democracia.

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