Consagración del fuego
El Premio Estatal de Literatura 'Antonio Mediz Bolio' se entrega al poeta Rubén Reyes en reconocimiento de una fértil aventura como escritor.
El 17 de septiembre se entrega el Premio Estatal de Literatura “Antonio Mediz Bolio” al poeta Rubén Reyes Ramírez, reconocimiento de una fértil aventura como escritor y crítico, desde la publicación de su primer libro individual de poesía “Pequeño brindis por el día” que en 1986 le valió al autor el mismo premio que hoy recibe. Es, cerrando el círculo, inédita celebración de iniciación y consagración que acredita el propósito del premio de reconocer la trayectoria de los escritores yucatecos.
El premio se entrega “por su valiosa contribución a la historiografía de la literatura del Estado” y “por sus aportaciones a la profesionalización de estudios literarios en el Estado” y se suma a otros reconocimientos recibidos por el escritor, como el premio Ciudad de Mérida 2000, la Medalla Yucatán, la del Mérito Artístico otorgado por el ICY y la condecoración doctor Caracciolo Parra y Olmedo de la Universidad de los Andes de Venezuela.
Es poco frecuente encontrar en otros autores esta convergencia de quehaceres unidos por el gozne de la poesía: educación que siembra y fertiliza y la crítica que no se limita a compilar y rescatar, sino que entra al análisis profundo y luminoso.
Queda el testimonio de su trabajo como investigador y docente en las escuelas de Arquitectura y de Antropología de la Uady y como director fundador de la Escuela de Humanidades de la Universidad Modelo, en la que se imparten las licenciaturas de Letras Hispánicas y Comunicación. El recuento de sus libros rebasa la veintena, así como innumerables conferencias y publicaciones en periódicos y revistas.
Su principal obra antológica está contenida en “La voz ante el espejo”, panorama de poetas yucatecos de los siglos XIX y XX; “Los vuelos de la rosa” que presenta la voz de las mujeres poetas de Yucatán; y en “Arquitectura de las palabras. Voces merideñas, voces meridanas”, publicada por la Universidad de los Andes de Venezuela, que reúne a poetas de las dos Méridas, la del país hermano y la de Yucatán.
Hoy podemos regresar a la literatura de Yucatán a través de un poeta que lee poesía y nos adentra en otras voces con su voz emocionada y profunda. Para mí, basta recordar los reencuentros memorables, llevado de la mano por los ensayos de Rubén que preceden sus antologías, con Roger Campos Munguía, Carlos Moreno Medina, Ernesto Albertos Tenorio, Delio Moreno Cantón y Beatriz Ponce Peniche, por citar sólo algunos. O el estudio de Rubén que nos introduce a la “poesía reunida” de Juan Duch Gary, “Yo podría volar si no mirara”, relectura inolvidable de nuestro admirado amigo común.
Desde una cercanísima amistad, lo celebro con sus propias palabras, signos que perpetúan el instante en la Consagración del fuego: “El huerto es una construcción de mi silencio.” Y se expanden para decirle en Hermanos del Barro a Juan Duch Gary: “…el vuelo de mi nombre, a solas, / transgrede la extensión del huerto; /…hasta el designio del resplandor / como una gema en lo baldío coronando el aire”.