Contra la discriminación

La primera reacción del matrimonio homosexual fue de aceptación y apoyo general a la iniciativa, lo mismo del PRD que del PAN. Sólo Morena se mantiene en suspenso.

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No recuerdo que Obama haya prometido en su campaña el restablecimiento de relaciones diplomáticas, y de todo tipo, con la Isla de Cuba, pero pasará a la historia  por ello; ni que Peña Nieto haya ofrecido explícitamente liberar al matrimonio de sus atavismos y ponerlo al alcance de las parejas no convencionales, empero, su iniciativa, presentada el Día Mundial contra la Homofobia, pone en evidencia el compromiso de todos los partidos políticos contra la discriminación.

Los de izquierda por limitar esos avances a los lugares donde gobiernan y son mayoría -Vgr. la Ciudad de México- sin atreverse siquiera,  a través del Legislativo, a proponer su vigencia a nivel nacional. Los de derecha porque, más que apertura y actualización, muestran sus vergonzantes ligas confesionales de las que habían inútil pero propagandísticamente renegado.

Por ello y porque representa una causa justa, aceptada por el pensamiento crítico, abierto y progresista, la primera reacción fue de aceptación y apoyo general a la iniciativa, lo mismo del PRD que del PAN. Sólo Morena se mantiene en suspenso, en espera tal vez de que su líder AMLO modifique su postura que, como ha manifestado en varias ocasiones, no resulta favorable.

Ha sido, como era de esperarse, la jerarquía de la Iglesia Católica, confundiendo la norma moral con el derecho civil,  la que de inicio se opuso obstinadamente a tal avance, tachándolo de disolvente de la sociedad. No es la primera vez, ni será  la última, que los religiosos, añorando el poder que ejercían cuando encarnaban al Leviatán, no acepten la separación de poderes e intenten encarar al Estado laico,  así como a las repercusiones del avance científico y el desarrollo social. 

Ello causó la división entre las filas del PAN que, sin embargo, no ha sido capaz de oponerse de manera unitaria y tajante a la iniciativa presidencial, dejando libres a sus legisladores de votar cada quien conforme a sus convicciones.

Y es que el anticuado argumento de que la función primordial del matrimonio es la procreación y que la unión de parejas que no pueden tener hijos atenta contra la supervivencia de la sociedad resulta un contrasentido que invalidaría los matrimonios convencionales que, por causas naturales, no son fértiles y, por otro lado, condenaría por las mismas razones el celibato que prescribe entre sus ministros y religiosas  el catolicismo.

Ahora que están a la mano los avances científicos para la planificación familiar y el ejercicio de una paternidad responsable, nadie, por el hecho de contraer matrimonio, está obligado a tener descendencia. Si el matrimonio no es impuesto por igual para todos los miembros de la sociedad y si el celibato es aceptado por cuestiones dogmáticas, no hay razón válida para que las parejas no convencionales no puedan unirse en matrimonio.

Lo que se busca es la protección del Derecho así como evitar que los miembros de esas familias sufran el despojo de su patrimonio. Por ello debe aprobarse.

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