Contra optimismo y pesimismo

Los que tienen esperanza se dan perfecta cuenta de lo hermoso que es el mundo, pero les queda muy claro que aún tiene muchas zonas obscuras.

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Hace unos ocho años acudí a un congreso nacional de escuelas particulares; habíamos  unos tres mil asistentes. El tema era la relación entre la escuela, la familia y la sociedad, un expositor preguntó cómo veían los asistentes la relación entre los alumnos y estos tres elementos, y uno a uno los maestros, directores y demás público mencionaron la existencia de una realidad social que reflejaba una pérdida sistemática de valores. Los comentarios negativos con respecto a la realidad de los jóvenes y su futuro se sucedieron uno tras otro, perecía que la labor de las escuelas era una batalla perdida.

Me atreví a ir en contra de la opinión de la mayoría, reconocí que efectivamente en el mundo actual hay demasiada injusticia, un gradual abandono de los valores en un importante número de personas, pero me negué a aceptar que no hubiera nada qué hacer y la razón era muy sencilla: durante muchos años en los salones de clase me pude dar cuenta de que eran mucho más los alumnos que sí estaban interesados en formarse como mejores seres humanos que los que no; si bien hay padres desobligados y sin amor por los hijos, la mayoría me consta que estaban siempre al pendiente de las necesidades de sus pequeños.

En general, en el mundo hay mucho más bien que mal, sólo que el mal es más ruidoso, hace más escándalo y hay medios de comunicación que contribuyen destacando sus efectos; a través de innumerables noticieros, programas de televisión, periódicos o revistas podemos darnos cuenta de cómo existe un gran empeño en hacernos creer que este mundo está absolutamente podrido, pero por cada padre de familia que queme a su hijo hay miles que calladamente se esfuerzan día a día por crecer a sus hijos en el mejor ambiente posible; por cada maestro flojo e incumplido hay miles que se esfuerzan en brindar lo mejor de ellos a sus alumnos, sólo que ellos no son noticia para algunos medios, no hacen escándalo, sólo hacen el bien en silencio.   

Pero hay que tener cuidado porque también existen personas ilusas que soñadoramente deciden establecerse en el otro extremo, son aquellos optimistas que ven un mundo siempre color de rosa; entre ellos existen también los charlatanes del optimismo que insisten en hacernos creer que éste es un mundo maravilloso, sin sufrimiento y que sólo es cuestión de cómo queramos ver el mundo y así será. Este optimismo desenfrenado es sólo una vulgarización de la esperanza que sabe que el mundo no es color de rosa, sino de muchos colores, algunos muy agradables y otros no tanto; reconoce las maravillas de este mundo, pero sin confundirlo con el paraíso, ya que está muy lejos de serlo.

Los que tienen esperanza se dan perfecta cuenta de lo hermoso que es el mundo, pero les queda muy claro que aún tiene muchas zonas obscuras, demasiado sufrimiento y dolor, pero que afortunadamente el género humano tiene un caudal enorme de capacidades, de energía espiritual y humana suficientemente poderosa para transformar la realidad que nos rodea, haciéndola más satisfactoria, justa y feliz para todos; son los que entienden que como humanos todos en algún momento tenemos que pagar nuestra cuota de dolor a la vida, pero que bien entendido y canalizado ese dolor puede ser transformador y dar mejores frutos para todos.

Decía Chesterton que “al hombre de cada siglo le salva un grupo de hombres que se oponen a sus gustos” y diría yo: se oponen a la visión generalizada y son capaces de ver más allá de lo que ve el grupo, son estas personas quienes yendo contra corriente se dan plena cuenta de que este mundo no está tan podrido como se dice, pero que tampoco es un campo de flores y que es en el esfuerzo diario y con el coraje intacto como se afronta la vida y que esto es así porque la vida es maravillosa, pero no por fácil, sino porque a pesar de las miserias humanas podemos generar un mundo más justo, feliz e incluyente para todos.

Estos son los hombres y mujeres a los que se les llama la sal de la tierra, aquellos que se niegan a ser del montón, aquellos que a riesgo de su propia piel deciden construir el mundo día a día, entendiendo perfectamente que este mundo no es la miseria y podredumbre que muchos dicen y que tampoco es ese mundo de morfina, pastel y dulce  que algunos otros se imaginan. Todos estamos llamados a cumplir esta misión, porque si la sal se vuelve insípida, ¿para qué sirve?

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