Cosas maravillosas
La obra 'Puras cosas maravillosas' en su hermoso planteamiento, en abrazar la vida y hacernos entender que nuestra historia está marcada por la familia.
Vivo en un estado que ocupa el primer lugar nacional en suicidio. En los últimos tiempos se han suicidado niños y adolescentes. Sé que hay agrupaciones que hacen importantes esfuerzos para resolver el problema, pero desconozco si las iniciativas que aplican arrojan buenos resultados. Lo que sí sé es lo que el teatro puede hacer al respecto.
Tuve el gusto de asistir a la obra “Puras cosas maravillosas”, dirigida por Sebastián Sánchez Amunátegui y actuada por Pablo Perroni. Había oído maravillas de la obra, recomendable de extremo a extremo, lo que no sabía es que habla del suicidio.
Cuando el personaje empieza a abrir las capas de su historia, algo se abre también en el corazón del espectador; entramos al juego del actor, no importa si es necesario quitarnos los calcetines o manejar un auto. Estamos ahí, con él y su historia, que por momentos se vuelve nuestra propia historia. No es la primera vez que veo una obra sobre el suicidio, pero sí es la primera vez que veo el tema tratado con inteligencia, empatía y amor. Alguna vez escuché un comentario sobre otra obra con la misma temática: “Si no pensaban suicidarse, esa obra les da ideas”.
Ahí creo que radica el poder de “Puras cosas maravillosas” en su hermoso planteamiento, en abrazar la vida y hacernos entender que nuestra historia está marcada por la familia. Nuestros genes guardan las depresiones maternas y el abandono de papá, saberlo es importante, nos hace entendernos un poco más.
El personaje se hunde, pero no deja de jugar con el espectador, nos choca las manos, nos recuerda los tiempos de escuela y las maestras amorosas que viven en nuestra memoria. En verdad es un texto exquisito, amorosamente traducido por Pilar Ixquic y minuciosamente dirigido por Sebastián.
La actuación de Pablo Perroni es poderosa, no por nada llena el foro Lucerna todos los martes. Siendo excesivamente minuciosa, creo que por momentos suelta la maravillosa conexión que consigue con el público. Me gustaría tanto que esta obra viniera a Mérida, no soy malinchista, no creo que lo de fuera sea mejor, valoro el teatro yucateco, pero en verdad creo que esta obra caería como agua fresca en Mérida y en nuestros estados azotados por el abandono y el suicidio. La forma en la que sacude al espectador es un abrazo agridulce que nos cae blandito en el alma.
En algún momento nos piden hacer una lista de cosas maravillosas para no pensar en el suicido, creo que el teatro bien hecho, amoroso y sanador, como esta obra, es una de las cosas más maravillosas del mundo.