¿Cronistas o anacronistas? III

Resulta absurdo pensar que la labor de resguardar la memoria histórica de una ciudad de un millón de habitantes recaiga en apenas tres o cinco personas.

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En un reportaje que el 12 de marzo de 2013 se publicó en las páginas de este periódico, se consigna lo siguiente: 'La labor del cronista es guardar y difundir la memoria histórica de la ciudad y debería incluir a especialistas en toda la variopinta gama de actividades que se desarrollan en Mérida: la ciencia (la informática incluida), el deporte, el comercio, las religiones, la industria, la música, el periodismo y la historia, entre otras, cosa que hoy día impide el reglamento, cuyo artículo cuatro dispone que haya un número mínimo de tres y un máximo de cinco cronistas. El propio reglamento –que tendría que ser reformado para ampliar el número de cronistas– contiene serios errores de sintaxis, ortografía y concordancia que, de 1995 a la fecha, no han sido subsanados'.

Luego entonces, han sido la desidia y el desinterés del Ayuntamiento de Mérida los que nos han llevado a tal punto en el que la labor de los cronistas ha propiciado no sólo una brecha generacional sino, lo que es peor: la paulatina desmemoria. La coyuntura vuelve a presentarse aún sin resolverse, lo cual presta al alcalde Mauricio Vila una oportunidad histórica para desfacer el entuerto, no sólo propiciando la revisión del reglamento, sino actualizándolo de tal manera que sea acorde con los tiempos que corren.

Resulta absurdo pensar que la labor de resguardar la memoria histórica de una ciudad de un millón de habitantes recaiga en apenas tres o cinco cronistas, máxime si éstos no reciben ninguna clase de apoyo económico ni los mínimos recursos materiales para realizar su encomienda. No se les puede exigir más allá de sus capacidades, y si éstas están mermadas por Cronos, se les debe declarar cronistas eméritos –ya que el mismo reglamento pone como límite los 75 años para ejercer funciones-, sin que esto impida la incorporación de nuevas plumas y talentos, convenientemente divididos según especialidad, rango de acción y edad, ya que a la par de los eméritos se vislumbra a unos cronistas de mediana madurez y a unos jóvenes cronistas.

¿Y esto por qué? Porque el oficio de historiar y registrar la vida de una ciudad en crecimiento como Mérida exige un trabajo titánico en el que vamos retrasados. Esto resulta gravísimo cuando nos ponemos a pensar cuestiones como ¿quién es el cronista de lo contracultural y alternativo, foros donde dichas eminencias jamás se han parado ni conocen su existencia? ¿Quién documenta las manifestaciones artísticas de la última década? ¿Y lo deportivo? O incluso, ¿quién documenta lo yucateco allende las fronteras peninsulares? Mucho hay por subsanar, pero nadie se abocará a la tarea hasta que ésta se vea regulada y delimitada de manera pertinente, ya que los mismos cronistas han señalado varias irregularidades, llamado al cual me sumo diciéndoles que no se puede pedir sin antes dar.

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