¿Cuándo aceptará este gobierno que se equivocó?
Este gobierno decidió cambiar la fachada pero mantener, en lo esencial, la estrategia. Los militares por delante, contención territorial, fragmentación de cárteles.
Cuando durante el sexenio pasado se acumulaban los muertos, las matanzas, las violaciones a los derechos humanos; cuando la sociedad civil, la academia, la comunidad internacional, la prensa, insistían en que la estrategia del gobierno de Calderón era en parte responsable de la violencia desbordada, en Los Pinos, primero, se negaron a escuchar.
Después provocaron dos ejercicios de diálogo público: uno con especialistas, el segundo, aquel con Javier Sicilia, en donde al menos el gobierno se sentó y escuchó.
En los hechos, sin embargo, la estrategia no se modificó. Todavía en su más reciente libro el ex presidente Calderón insiste, a pesar del saldo rojo, que se hizo lo que se debía hacer.
Este gobierno decidió cambiar la fachada pero mantener, en lo esencial, la estrategia. Los militares por delante, contención territorial, fragmentación de cárteles.
La única diferencia sustancial es la concentración formal, en el secretario de Gobernación, de las decisiones y la operación de la seguridad pública, lo cual podría haber acarreado su politización, por ejemplo, en la enorme tolerancia frente al desastre guerrerense por razones políticas.
Aparte de esa modificación, la coordinación y una nueva estrategia de comunicación no son realmente estrategias de combate al crimen; aunque algunos en el gobierno así lo creyeron.
Tlatlaya e Iguala no son eventos aislados, sucesos de coyuntura, accidentes. No. Son resultado de procesos, de largos tiempos de impunidad, de falta de inteligencia, de ausencia de acciones. Son parte de la “guerra” iniciada hace ocho años y continuada hace dos.
Tal vez, si en seis años se hubiera castigado a algún soldado, los militares de Tlatlaya hubieran pensado dos veces lo que hicieron antes de hacerlo. Tal vez si el año pasado alguien se hubiera dado a la tarea de investigar al presidente municipal de Iguala, la tragedia de los normalistas no hubiera sucedido. Tal vez si alguien hubiera imaginado que la toma de Michoacán resultaría en el deterioro de la sierra de Guerrero, no estaríamos donde estamos.
Frente al panorama del país, las movilizaciones cada vez más violentas, después de Tlatlaya e Iguala, el gobierno puede seguir insistiendo en hacer lo mismo esperando tener diferentes resultados. No parece ser sensato.
O puede dar un golpe de timón. Una nueva idea. Menos Calderón, pues.