James Thurber (1894-1961) contó que en una noche negra, sin estrellas, estaba un búho en la rama de un roble. Dos topos trataron de escurrirse en la oscuridad. “Eh, ¡ustedes dos!”, advirtió el ave.

“¿Quienes dos?”, preguntaron los topos, que no podían creer que alguien pudiera ver en la densa oscuridad. “¡Ustedes dos!”, respondió el búho. Los topos corrieron a toda velocidad y al día siguiente contaron a los demás animales que conocieron al más grande y sabio de los animales, capaz de ver en la oscuridad y responder cualquier duda.

Un ave decidió investigar esa misma, oscura noche. Fue con el búho y preguntó “¿Cuántas plumas estoy levantando?”. Cuatro, contestó el tecolote, lo cual era correcto. Hizo otras seis preguntas y todas recibieron una respuesta correcta. Entonces, regresó con el resto de los animales y les confirmó que, en efecto, se trataba del animal más grandioso e inteligente del mundo.

El kau tuvo una duda: “¿También puede ver con la luz del día?”. Los demás animales se carcajearon ante la pregunta, expulsaron al negro pajarraco y, ese mediodía, fueron con el búho para nombrarlo su líder.

El líder caminaba lento, lo cual le daba apariencia de dignidad. Miraba con ojos fijos, grandes, lo que le confería un aire de importancia. El resto lo seguía por todas partes y cuando aquél comenzaba a chocar con obstáculos que estaban a su paso, los demás animalitos también se los llevaban por delante.

Así llegaron a una carretera. El halcón advirtió que se acercaba el peligro. “¿Tienes miedo?”, preguntaron, “¿De qué”, contestó el búho, que no podía ver el camión que se acercaba.

“¡Es un Dios!”, gritaban todos, cuando el pesado vehículo aplastó a la mayoría.