Curanderos mayas de hoy

El espiritista puede realizar curaciones a distancia y el hechicero (jpulyaj), además de provocar enfermedades, puede curarlas.

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El concepto de curandero o jts’aakyaj es antiguo en la historia regional, entre los mayas yucatecos aún existen distintos expertos dedicados a mantener y a restaurar la salud y mitigar el dolor. Pueden dividirse en dos grupos: en el primero, con un carácter más técnico, aparece la partera (aalansaj o xk’am champal) que atiende a embarazadas, parturientas y puérperas, secundariamente cura males comunes en la mujer y el recién nacido; el huesero (jk’ax baak) corrige lesiones en los huesos y ligamentos; el yerbatero (jts’aak yéetel xíiw) que prescribe plantas medicinales, y el sobador (jpáats’) quien recurre a sobadas para tratar distintos trastornos físicos. 

En este grupo, los terapeutas aprenden su oficio a través de la práctica empírica de miembros de su familia o de especialistas de mayor edad. Su tratamiento se basa en un manejo de habilidades cognoscitivas (manuales, fisiológicas y botánicas) que suelen equipararse o subordinarse a los efectos mágico-religiosos. Con excepción del vocablo aalansaj, que perdió vigencia a fines del periodo colonial, los demás siguen siendo usados en la Península. 

En el segundo grupo, de carácter mágico-religioso, figura el jmeen, quien, además de sus funciones médicas, realiza ritos agrícolas como el ch’a-cháak o petición de lluvia y waajil-kool o primicia de la milpa; el curandero (jts’aak-yaj) atiende diversos síndromes de filiación cultural como el mal de ojo, de cirro, susto, malos aires.

Finalmente el espiritista que puede realizar curaciones a distancia y el hechicero (jpulyaj) quien, además de provocar enfermedades, puede curarlas. Por lo general éstos adquieren sus conocimientos mediante sueños o llamamiento divino y basan sus curaciones en procedimientos de eficacia simbólica y control social. 

En el decurso de la historia los curanderos han sido satanizados, difamados, despreciados, perseguidos y considerados responsables de enfermedades atribuidas a la brujería y mucho se ha cuestionado su supuesta o real eficacia curativa. Hoy, aunque gozan de un reconocimiento parcial de las instituciones de salud, su práctica no está legalizada.

No obstante, muchos pacientes en las zonas rurales buscan ayuda bajo condiciones que se adaptan mejor a su entorno sociocultural y lingüístico y recurren a ellos para tratar padecimientos psicosomáticos o mentales ante quien pueden expresar mejor sus síndromes, dolores, angustias y emociones que el médico alópata no reconoce como trastornos que requieren tratamiento.

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