De Calderón a Peña Nieto
La reforma en materia de telecomunicaciones pretende ser boicoteada y esto no pararía el cambio.
Llega el momento en el que en el imaginario social todo lo que ocurra, bueno o malo, correrá a cuenta del nuevo gobierno. Calderón se la pasó casi todo el sexenio culpando a sus antecesores, al Congreso o a los gobernadores por los problemas que encaraba su gestión. La opinión pública consintió el argumento, no así los electores, quienes cobraron fuerte al PAN la ausencia de resultados.
Hay muchos problemas heredados. La estrategia del nuevo gobierno ha sido la de no exhibir el pasado, pero no hay dependencia federal que en lo corto no haga números y razones del desorden recibido. No ha sido el gobierno que inició, sino la Auditoría Superior de la Federación la que ha hecho evidentes las muy malas cuentas del calderonismo en el año previo a la conclusión de su gestión. Sus ex colaboradores, con la inmunidad política y jurídica que da el fuero legislativo, salen a defender lo indefendible. Como es costumbre en su mentor, lanzan la piedra a los gobiernos estatales o remiten la causa a las malas leyes.
Cierto es que la estrategia para llegar a los acuerdos y transitar a reformas sustantivas ha llevado al gobierno al comedimiento hacia la gestión de Felipe Calderón. La estrategia ha dado resultado, pero en el Senado los legisladores más afines al ex presidente son los que más resistencia han presentado al Pacto por México y a los proyectos legislativos derivados de este acuerdo.
El problema más serio no es, como se esperaría, la diferencia entre el gobierno y el PRD, sino entre el dirigente del PAN y los senadores que fueron muy cercanos a Felipe Calderón. La reforma en materia de telecomunicaciones pretende ser boicoteada y esto no pararía el cambio, tampoco ocurriría el escarnio al que se refiere Gustavo Madero, sino a aproximar al gobierno con la izquierda, con todo lo que ello implica para el PAN.
Quizás el cálculo del calderonismo es que el entendimiento entre centro e izquierda deje al PAN como la auténtica oposición, sobre todo, si las cuentas en materia de seguridad y en la economía prosiguen en términos negativos. En teoría no es una mala opción, la cuestión es que el asiento opositor al Pacto y a todo lo que de allí se derive lo ocupa Morena y López Obrador. Es ridículo para el calderonismo desmarcarse del gobierno y de la situación actual, precisamente porque lo que más padece la población es una herencia directa del pasado inmediato: violencia, corrupción, falta de orden presupuestal y una economía llena de agujeros.
No obstante la estabilidad macroeconómica, los números de la economía no son promisorios: aumenta la inflación; también repunta el desempleo: en enero de 2013 la tasa de desocupación subió a 5.3%, el nivel más alto desde septiembre de 2011; la inversión extranjera directa cayó en 2012 35%. La nota de Laura Rojas de Reforma señala que de confirmarse dicha cifra, sería el monto más bajo desde 1998.
Una economía en dificultades con un entorno internacional adverso complica el margen de maniobra para concretar una reforma hacendaria profunda. Todo esto puede tener un serio impacto no solo en los acuerdos, sino en sus efectos subsecuentes y la preocupación que todos los actores políticos tienen sobre los votos, especialmente en 2015, toda vez que lo que allí suceda es condicionante para las generosas prerrogativas en dinero y acceso a medios que habrán de asignarse en la elección de 2018.
Morena es el proyecto mejor posicionado para capitalizar la inconformidad social. El reto será transitar de un líder con significativo potencial electoral a un partido cuyas caras no son consecuentes con su líder moral y lo que muchos asocian a él. El PAN de Calderón caería por abajo del conjunto de la izquierda y el PRI se alejaría todavía más de la mayoría absoluta en la Cámara baja. Dos o tres partidos pequeños perderían registro, el PVEM pasaría de cuarta a quinta fuerza política y, en todo caso, quedaría por ver si el proyecto de centro-izquierda, de nombre imposible, Concertación Mexicana, prende y se vuelve un jugador importante, lo que depende de su fuerza electoral en el centro del país, que es donde la izquierda tiene mayor presencia.
La estrategia política y la de comunicación del gobierno de Peña Nieto requieren una revisión a partir del nuevo momento y etapa del ciclo gubernamental. El Pacto por México es un referente de la pluralidad, no del gobierno, por lo que no da para mucho en lo segundo aunque sí en lo primero. La tentación de chantaje persiste, y será crítico que la voluntad de acuerdo no sea tasada por los intereses políticos estrechos de quienes allí convergen.
Aunque las dificultades heredadas reducen el margen de maniobra del actual gobierno, no habrá de otra que acreditar resultados, las explicaciones poco servirán.
Twitter: @berrueto