De la escritura y otros impresos

Por mi parte, considero que esencialmente el compromiso es con uno mismo y, si acaso, para con la palabra escrita.

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Un cuestionamiento constante que nos hacen a los que nos dedicamos a las letras es sobre el compromiso de escribir, pregunta válida que puede provenir de afuera o desde uno mismo al reflexionar sobre el acto creador en nuestras elucubraciones introspectivas.

La respuesta, en mayor o menor medida, depende directamente de cómo se asume uno al momento de escribir: las motivaciones, el objetivo, la intención, etc. Por mi parte, considero que esencialmente el compromiso es con uno mismo y, si acaso, para con la palabra escrita.

Primero que nada, uno, en sus lecturas y escrituras iniciáticas, sólo percibe el acto escribidor como un mero pasatiempo, una herramienta para verter las emociones; vaya, un asunto de catarsis textual.

Ahora bien, generalmente con los años llega el momento de elegir un camino, una vocación o un calvario profesional. A qué dedicarse. Pero el escritor o periodista, una vez que se asume como tal, inicia su paseo por los terrenos de la profesionalización, donde los extensos vericuetos muchas veces se intrincan hasta confundir al que los recorre.

Que si los premios, la notoriedad, figurar en las páginas impresas, recibir sueldos y reconocimiento a lo escrito son dádivas excepcionales que en ocasiones son otorgadas al talento, no es de la incumbencia de quien escribe con honestidad. Uno no lo hace por eso, sino por las ansias que se originan en el córtex cerebral y que desembocan en los dedos que golpean –o rozan- las teclas del ordenador.

El destino de dichos signos que evocan símbolos, metáforas y figuras del lenguaje nos es ajeno al momento de transcribir nuestras reflexiones y pensamientos puramente introspectivos. Si bien el que se dedica al oficio como un modo de subsistir –aunque se malviva de ello–, a pesar de tener plena conciencia de que lo escrito podría acabar impreso, no lo sabe con certeza sino hasta después. 

Ya sea en el periodismo o la literatura, uno nunca deja de percibir los caracteres escritos que nos rodean en forma de personas, ideas, sucesos o experiencias sensoriales. Uno nunca deja de pensar, de escribir, al ir por la vida observando a nuestro alrededor lo que pasa en la cotidianidad de los microuniversos que hemos construido.

Siempre ha sido así e ignoro la razón que da como génesis el pensamiento escrito; más ya no lo cuestiono: simplemente me dedico a transcribirlo sobre estas líneas bidimensionales. 

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