Maestros de vida

Ese día mi maestro no sólo me enseñó geografía, sino me dejó claro el valor absoluto del amor.

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Con respeto y cariño para los maestros de corazón

Recuerdo a una maestra de primaria que era el terror de todos los niños por su marcada afición a tratar de corregir a bofetadas todo aquello que consideraba impropio en sus alumnos; en algún momento del año me lanzó una bofetada que instintivamente esquivé con la mala suerte para ella de pegarle a la punta de un mueble, fue tal su dolor que ya no pudo corregirme como hubiera deseado, pero toda la semana me quedé al último y hasta el momento en que se cerraba la escuela podía irme a mi casa.

Por mi mente transcurren recuerdos más afortunados: ya un poco mayor un caballeroso e inflexible maestro de biología nos permitió entender el sentido de la responsabilidad, de la exigencia en el deber, de la integridad en cada uno de nuestros actos y de la seriedad. Lo extraño es que todos los alumnos podían sentir cómo el cariño y el interés por nosotros se colaban en cada mirada, palabra y actitud de nuestro maestro, nunca nos dijo que nos quería y nadie necesitaba oírlo, todos de una manera u otra lo percibíamos en sus actos y su vida diaria.

No puedo olvidar aquella clase de geografía, cuando enfrascados en el trabajo diario nos llegó la melodía de una muy conocida canción, todos podíamos oírla; el maestro al escuchar las primeras notas interrumpió la clase y solicitó silencio absoluto, nos pidió escuchar con detenimiento y mientras la canción transcurría su mirada se perdía por la ventana en tanto observaba los árboles del jardín, su cara reflejaba una paz y alegría profundamente serenas. 

Terminando la música se dirigió a nosotros y dijo: “Esa canción la escuché y bailé por primera vez con mi esposa en nuestra luna de miel, algún día entenderán de qué hablo”. Ese día mi maestro no sólo me enseñó geografía, sino me dejó claro el valor absoluto del amor entre una pareja.  

Con los años tuve el privilegio y el honor de trabajar como maestro y recuerdo particularmente una institución educativa que enmarcaba la labor del maestro en tres áreas principales: enseñar, educar y formar. Según su filosofía, el maestro enseña cuando logra que el alumno aprenda algo, educa cuando sabe usar con eficiencia eso que ha aprendido, finalmente forma cuando lo que aprendió y sabe usar es usado para el bien. Nos invitaban a no sólo enseñar, sino a educar y sobre todo a formar. 

Mis años como maestro me han permitido observar que ninguna de estas actividades está aislada; el maestro siempre enseña, educa y forma; por supuesto lo puede hacer bien o lo puede hacer mal, así el maestro al que sólo le interesa que sus alumnos conozcan datos de la ciencia que enseña, educa a sus alumnos en que lo importante es acumular conocimiento y los acaba formando con la mentalidad de que el conocimiento y las habilidades están desvinculados del bien y de la conciencia. De estos maestros han surgido tantas brillantes mentes que usan lo que saben para servirse de los demás en lugar de servir tanto a sí mismo como a la sociedad.  

En una ocasión un alumno de secundaria le confesó a su maestro que estudiaría ingeniería, que no entendía la razón de  estudiar biología; la respuesta del maestro fue que todas las materias que estudiaba eran conocimientos básicos para la vida diaria y que estaba consciente de que buena parte de esos conocimientos el alumno los olvidaría con el tiempo, pero le insistió en que había algo que no había notado.

Para aprobar los cursos el muchacho tenía que aprender a ser ordenado, clasificar información, ser responsable, esforzado, saber trabajar en equipo, tener empatía con sus compañeros, actuar con honradez, respetar a los demás y muchas otras cosas más, que se quedarían en él como parte de su personalidad a pesar de que los datos de las diversas ciencias se perdieran en el olvido; esta era la labor del maestro.

He tenido la fortuna de ver a maestros formar con su propia vida y ejemplo, lograr transmitir a sus alumnos la ciencia de no quebrarse ante el dolor, hacerles entender la materia de la felicidad generada desde nuestro interior y por nuestras propias manos, a aprobar el curso de solidaridad y amor al prójimo que nos hace plenamente humanos, a graduarse en la entrega a una causa justa en el servicio a los demás, aprobando con esfuerzo y sacrificio todos los grados de la plenitud humana. 

A estos maestros de vida les agradezco lo que soy, yo soy la suma de todos y con humildad les doy las gracias por formarme. ¡Dios bendiga a los maestros de corazón!

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