Del olvido y la memoria

Envidio la suerte del que manipula tanta y tan exacta información mientras yo acudo a Wikipedia o Internet.

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En el ligero deterioro que advierto rumbo a los cincuenta y ocho años de edad,  reconozco las malas pasadas que me juega la memoria.

A una sarta de omisiones individuales, debo agregar la dificultad −cuando en eventos sociales se llega a temas políticos, culturales o económicos− de mantener mi aportación a buen nivel.

En el momento decisivo descuido precisiones y mi testimonio es devastado por la argumentación contundente de alguno de los presentes.

Lo que en primera instancia pudiera ser un punto de vista contrario a mi planteamiento se vuelve en ocasiones una vehemente ilustración que pareciera esconder propósitos pedagógicos o propagandísticos.  

Conforme escucho a la otra parte, entiendo que la diferencia no es estrictamente de conocimiento. Más bien se trata del que, poseyendo una excelente recordación, busca imponer sus enjundiosos puntos a costa de mis vagos recuerdos. Por tanto, me atengo resignado a las lecciones del contemporáneo.

Lo agradezco, porque no cualquiera improvisa una conferencia así por que sí. Asombrado por la plenitud de datos y cifras precisas, envidio la suerte del que manipula tanta y tan exacta información mientras  yo acudo a  Wikipedia o Internet si es preciso ubicar Timor Oriental, la fórmula algebraica de la elipse o algún detalle de la última elección.

Al final de la comida, rumbo a mi auto, me felicito por la ingente cantidad de sabiduría recibida y lo afortunado de hacer conciencia de tan substanciales tópicos, hasta hacerme la cuenta que olvidé las llaves en el restaurante. De  regreso al local procuro enfocar toda mi atención en la encomienda.

Aún no comprendo cómo en ese repentino apremio mi cerebro desinstala veloz los megabytes recién adquiridos, al grado de no reconocer, tras escasas dos cuadras, la  lección del sabio. Al reubicar el llavero me felicito por mi retentiva a corto plazo para las cuestiones que realmente interesan. 

De paso me digo, para mi consuelo, que podré reinstalar en otro desayuno la sabiduría de aquellas mentes privilegiadas que poseen no sólo la gentileza de iluminarnos con la neta, sino ¡también con la pura verdad! En el día a día, sin negar lo vital del “saber saber”, privilegio, por encima de todo, el “saber hacer”, que es en realidad lo que da sentido práctico al diario devenir y mi circunstancia actual.

 ¡Vaya biem!

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