Deprimido

Y ¿por qué hacer mártires a unos chavos desorientados a quienes manipulan líderes de izquierda embozados?

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En estas épocas el viejo se me deprime y se pone de un humor terrible –si ya de por sí es insoportable, imagínenselo ahora-. Cuando  vi por la televisión que se nos venían encima varios días de intenso frío, fui a llevarle un cobertor grueso y unos calcetines de lana porque su casa no es precisamente abrigadora: techo de láminas y paredes de madera. A se me muere este gallo, dije. Así que compré la cobija y las medias y se les llevé.

Cuando llegué a su choza lo encontré sentado con una taza de café en la mano y como ido. Hasta pensé que se había congelado. Tuve que hablarle tres veces para que reaccionara.  Su café ya estaba frío, así que quién sabe cuánto tiempo se la había pasado en ese estado casi de latencia, pensando en quién sabe qué. Bueno, sí sé en qué porque me lo dijo cuando le pregunté qué le pasaba.

Custodio –me dijo y se arrancó a chechonear-, qué me espera en los años que me quedan delante y que no creo que sean muchos. Siento que no tengo cabida en el mundo de hoy. Hay tantas cosas que no entiendo y tantas más con las que no puedo estar de acuerdo. En dondequiera que voy veo y oigo cosas que me dejan patidifuso y acongojado. 

Entre hipidos y moqueadas, me contó que –siguiendo mis consejos- fue a caminar una tarde por el Paseo de Montejo. Mejor no lo hubiera hecho, rezongó. De un lado y de otro lo único que encontré fueron despojos de lo que una vez nos enorgulleció a los meridanos. Las que fueron casas de los ricos de la época y que le daban un aire europeo hoy o están en ruinas y abandonadas o, lo que es peor, ya no existen y su sitio lo ocupan edificios que no es que sean feos, pero sí que están fuera de lugar allá. Y de encima lo decoraron con los colores de la campaña panista.  ¿No es para deprimirse?

Pero déjate de eso. Me subo a la combi para salir de Montejo lo más rápido posible y qué me encuentro: de diez pasajeros que íbamos, ocho estaban conectados a sus celulares por audífonos, cada quién en lo suyo. Los otros éramos un anciano igual que yo y este tu amigo que un día de éstos va a caer muerto. El chofer tenía su música a todo volumen y con las bocinas distribuidas por todo el vehículo  el ruido era criminal.

Yo creo que no fue mi día, porque al bajarme de la combi en el centro me topo con una manifestación de gente que pedía que aparezcan los jóvenes de Ayotzinapa  a quienes secuestraron y mataron (porque estoy seguro que están muertos) el que era alcalde perredista de Iguala y su esposa. Yo no digo que no protesten, es un derecho constitucional, pero por qué cierran calles y nos impiden a otros caminar libremente.

Y ¿por qué hacer mártires a unos chavos desorientados a quienes manipulan líderes de izquierda embozados?  Uno puede entender el dolor de sus familias y el dolor de México por esas y otras miles de desapariciones, pero eso no es motivo para afectar a otros.

Así es viejo, le dije. Todo lo que me has contado es deprimente, pero no te dejes. Levanta el ánimo, ya estamos en diciembre.

Me respondió: Eso es lo que más me deprime, que ya ni diciembre es como antes.

Le di la razón en mi interior y tras dejarle su cobertor y sus calcetines, salí musitando: Sic transit gloria mundi...

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