Desenfreno político-hormonal

Ya sea el dinero de los diputados panistas o nuestro el que se gastó en la costosa parranda, no hay justificación a lo ocurrido en la cálida noche en Vallarta.

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El tema parece ya más que discutido, pero creo que vale la pena no olvidarlo tan rápido, como ahora ocurre gracias a la inmediatez a que nos constriñen las redes sociales que nos presentan los acontecimientos de modo que no hemos terminado de digerir uno cuando ya asoma otro en el horizonte.

Me refiero a la francachela de un grupo de diputados panistas y sus no se si gratuitos defensores que esgrimen que se trató de una fiesta privada y que detrás de los muros de su intimidad cada quien puede  hacer lo que le plazca.

Dice Plutarco que “la mujer del César no sólo debe ser casta sino también parecerlo”, es decir a su virtud debe sumar su recato porque es una persona pública en razón de la ocupación de su marido. Y los legisladores aquellos no sólo no fueron castos sino tampoco cautos. 

Si les tendieron una trampa, a juzgar por el video hecho público por Reporte índigo no se veían nada a disgusto en la presunta celada, al  contrario  parecían muy felices con aquellas “damas de compañía”.

Sea dinero suyo o nuestro el que se gastó en la costosa parranda, no hay  justificación a lo ocurrido en la cálida noche en Vallarta. 

No podemos confiarle los destinos del país a gente de “dudosa reputación”. Alquilar mujeres para satisfacer sus ataques de testosterona es reprobable, más para quienes se dicen inspirados en la doctrina cristiana.

Que se marchen con sus irrefrenables hormonas a otra parte.

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