Desprestigio inútil

La corrupción y la impunidad provocan indignación, pero ésta convive, en el mismo segmento social, sector político, comunidad y hasta persona.

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La política y sus actores se enfrentan a un claro desprestigio público. Tengo sin embargo mis dudas del alcance de éste, pues no obstante sus expresiones más evidentes, las más enardecidas, se pueden observar otros fenómenos que matizan la extensión del descontento.

Así, por ejemplo, la corrupción y la impunidad provocan indignación, pero ésta convive, en el mismo segmento social, sector político, comunidad y hasta persona, con acciones que las afirman, pues significan la obtención de beneficios o privilegios de alguna naturaleza. Trátese de una construcción irregular, de una infracción de tránsito, de un contrato gubernamental o de evadir impuestos, la disponibilidad de la corrupción la hace sin lugar a dudas muy práctica. Sirve tanto al pobre como al rico, más desde luego al segundo, y va desde el diablito para dar luz a un par de focos hasta contratos que permiten, por ejemplo, cobrar por la Estela de luz diez veces más que lo presupuestado.

Las relaciones personales con la política también contradicen ese desprestigio. Los diputados tienen un descrédito público semejante al de las policías, pero al mismo tiempo se vota por ellos con gran pasión, que resulta de considerar que el adversario en turno representa una monstruosidad. También se recurre a ellos para obtener diversos favores. Adicionalmente, en casi todo el país, estos puestos son disputados casi siempre por los mismos dos partidos políticos, cuyas huestes no acusan en la práctica el desprestigio de la política. Con gran frecuencia, al tiempo que un ciudadano se queja amargamente de este oficio, vuelve a ejercer su sufragio por el mismo partido por el que siempre lo ha hecho.

El cambio de la valoración que la sociedad hace de la política y los políticos tiene su expresión más evidente en el descrédito y el desprestigio que se manifiestan abiertamente, pero su efecto más profundo se encuentra no en lo que se opina en general, sino en lo que en particular los electores esperan del partido de su afinidad y cómo se relacionan con él. Desde la alternancia de 2000, la expectativa de lograr reformas de fondo cambiando de partido se ha esfumado. Las aspiraciones sociales, expresadas en éstos, tienen un alcance cada vez más limitado y ni en ellos ni fuera de ellos se discute el rumbo general del país en el mundo y en el tiempo. El desprestigio, en todo caso, no está provocando cambios políticos de fondo.

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