Después del triunfo, no caben los pretextos, Presidente
Con la reforma energética se abre la puerta a la inversión privada y a la competencia para elevar la calidad de los servicios.
Es incontrovertible el triunfo del proyecto de reforma energética del presidente Peña Nieto. Y más con los añadidos del PAN. Superlativo. Regatearlo es perder el tiempo, una necedad.
Prácticamente sin desgaste, sin protestas, el Presidente puede repetir palabra por palabra lo que comprometió como candidato: “Es necesario tomar medidas mucho más audaces para revigorizar nuestro sector energético; para lograrlo tendremos que despojarnos de las ataduras ideológicas que impiden detonar el potencial de Pemex como gran palanca del desarrollo nacional”.
El gobierno tiene hoy su reforma. Se abre la puerta a la inversión privada, al salto productivo y tecnológico, a la competencia para elevar la calidad de los servicios y mejorar los precios; Pemex podrá deshacerse de extenuantes pasivos para competir de tú a tú con los colosos globales (llevando además la mano en la selección de objetivos), el dinero del petróleo quedará en un gran fondo manejado por el Banco de México. La utopía hecha realidad.
Con el triunfo termina también la era de los pretextos. Ahora México tendrá que crecer conforme a su verdadero potencial económico, financiar el desarrollo, construir una sociedad del conocimiento, desarrollar el capital humano, tener educación del siglo XXI, ser una nación innovadora y, especialmente, una que se encamine, por fin, a darle la vuelta a la tragedia de la pobreza y a completar una sociedad más equitativa.
Ese era el diseño de la democracia de resultados de Enrique Peña Nieto. Requería de las reformas. Las tiene. El futuro deberá ser luminoso. No hay de otra, Presidente.