Dios en la punta de un cuerno

Hiram nos refiere que don José Vasconcelos fue hijo de esclavos del Congo, nacido en el virreinato y que sin ninguna instrucción cautivó la imaginación popular con sus improvisaciones.

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En mi comentario anterior y calavera de homenaje a mi buen amigo Felipe Ahumada Vasconcelos, quien descendió del Olimpo de los intelectuales para practicar en forma jubilosa los deportes verbales de la honda, el dardo y el chascarrillo, logré mencionar que sus sienes laureadas tienen un poco de la ilustre prosapia de su antepasado, don José Vasconcelos, apóstol de la educación en México. 

Pero omití referirme, por razones de cautela y espacio, a un antepasado “apócrifo”, pues nada hay que lo ligue consanguíneamente con don Felipe, que allá por el siglo dieciocho pululó por las riberas marginales de la literatura mexicana con sus versos estrambóticos y sus ocurrencias geniales: José Vasconcelos, el “Negrito Poeta”, maestro de la jerga popular y el ingenio arrabalero, como lo describe Hiram Barrios en su blog, que puede leerse en http://blog.cuadrivio.net/2011/09/jose-vasconcelos-un-poeta-desconocido/. 

Vivía en la “zona amorfa del proletariado literario”, según don José Luis Martínez, citado por el mismo Barrios. El mismo Hiram nos refiere que fue hijo de esclavos del Congo, nacido en el virreinato y que sin ninguna instrucción cautivó la imaginación popular con sus improvisaciones. 

Podemos considerarlo un patriarca del “repentismo” en el humor popular mexicano. Don Max Salazar I, el poeta del crucero, seguramente ocupará un lugarcito en la corte del “Negrito Poeta” en el Parnaso, en la sección de humor, pero también en la de la parodia inteligente, esa que penetra cáusticamente la solemnidad y la pose y que nos hace reír y pensar porque dice la verdad gráfica y sin ambages.

Los versos del “Negrito Poeta” fueron rápidamente adoptados y no pocas veces distorsionados por el uso popular. Vivía miserablemente con las monedas que recibía a cambio de sus versos y un poco amenazado por los quehaceres de santo oficio, que pervivían en el México colonial de entonces, por lo cual alguna vez estuvo tras las rejas.

Para provocarlo, un fraile lo reta a componer unos versitos con la frase “Dios en la punta del cuerno”, a la que respondió: “Con su saber sin segundo / y su poder sempiterno, / bien pudo formar el mundo / Dios en la punta de un cuerno”. Y a otra provocación con el pie “¿Cuál es el mejor sustento?”, contesta: “El mejor, opino yo, / es el que Dios nos dejó /en el santo Sacramento”.

Dice Barrios que como reflejo de la sabiduría popular, no se casó: “Los enemigos del mundo / que el hombre suele tener / son, en la verdad me fundo, / suegra, cuñado y mujer”. Al que lo descalifica diciéndole “El que nació para burro…”, le revira: No es otra cosa por cierto; / yo, dormido más discurro / que vos estando despierto.

Por lo pronto, en el juego de espejos, reflejos y citas mutuas que es escribir, estamos en busca del libro del poeta Eduardo Luis Feher, Humor blanco de un poeta negro, editado en el ya lejano año de 1976, en el que se inspira en buena parte la nota de Barrios, para ablandar un poco más la rudeza de los hábitos dizque intelectuales que endurecen el alma.

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