Dos grandes ausentes

Gil –Gilacho como le llama Ana Hernández en reciente artículo- era profesor en la Nueva Ariel, aparte de corrector de pruebas.

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Tengo presente todavía  como si fuera ayer –y de eso ya pasaron más de 45 años-, mi primera noche en la mesa de corrección de pruebas de un periódico de cuyo nombre no quiero acordarme. Frente a mí, leyendo la galera recién salida de la mesa de formación, un hombre de gesto adusto, voz ronca de fumador empedernido –se zumbaba los Delicados sin filtro uno tras otro- y mostacho canoso, celebraba el ritual de los golpes con los nudillos: uno, coma: dos, punto, y así de los demás códigos sobre el escritorio.

Era el Maestro José Gil Alonzo Rodríguez, una de las personas, que, junto con los también maestros Rudy Bojórquez, el jefe; José Sosa y Andrade (no recuerdo su nombre) y un joven ya fallecido de apellido Gómez y apodo La gacela, que se quemaba las pestañas en la noche como corrector de pruebas y en el día estudiaba para Contador Público (carrera que terminó), me enseñaron los secretos del oficio, hoy más necesario que nunca pero desafortunadamente casi extinto, de corrector de pruebas.

Gil –Gilacho como le llama Ana Hernández en reciente artículo- era profesor en la Nueva Ariel, aparte de corrector de pruebas y muchos arielinos a quienes conozco coinciden en que de los mejores en la docencia como, eso lo afirmo yo, en el oficio nocturno de revisar escritos que engendraban los linotipos.

Hoy nos dice Ana que ha muerto y de verdad lo lamento.

También ha muerto –aunque no tengan nada que ver uno con otro más que la perfección con la que desempeñaron sus respectivas artes-, Claudio Abbado, uno de los grandes directores de orquesta del siglo XX, quien ocupó, en son de triunfo siempre, los atriles de las mejores corporaciones musicales del mundo, incluida la orquesta de la Opera de Milán y la Filarmónica de Berlín, donde sucedió al mítico Herbert Von Karajan. Abaddo, milanés él, deja tras su muerte, el 20 de enero, una impronta impresionante. Los podios más grandes lo van a extrañar. Yo también, igual que a Gil.

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