Dulce mujercita

El objetivo del Día Internacional de la Mujer es impulsar la urgente transformación de las relaciones sociales para lograr la igualdad de la mujer frente al hombre.

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En 1908 tuvo lugar en Nueva York una amplia huelga de mujeres trabajadoras. Demandaban cambios fundamentales en sus infrahumanas condiciones de labor. El 8 de marzo, 129 de ellas pagaron con la vida sus reclamos, al morir en un incendio, bajo sospecha de ser provocado, en la Cotton Textile Factory. Estos hechos, según la mayor parte de las versiones, son el origen de la celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, si bien algunos lo remontan a luchas femeninas del siglo XIX.

La conmemoración se extendió a la mayor parte del orbe, promovida por partidos y gobiernos socialistas, y organizaciones femeninas y laboristas. En 1977, la ONU la adoptó y promovió como Día Internacional de la Mujer. Su objetivo ha sido impulsar la urgente transformación de las relaciones sociales para lograr la igualdad de la mujer frente al hombre, y señalar las condiciones que perpetúan su subordinación a fin de abolirla.

No puede pues sino, al menos, decepcionar, la manera como el machismo estructural de nuestra sociedad se ha encargado, con el paso de los años, de privar de contenido social y político esta fecha. En México, se generaliza su concepción como un momento de festejo de las características que el sexismo ha decidido que son inherentes la mujer. Junto con felicitaciones cuanto más frívolas, se les atribuye condescendientemente la ternura, la debilidad, la volubilidad, el capricho y la compulsión consumista.

La misoginia de las Mujeres Divinas de Martín Urieta, o la epístola de Melchor Ocampo parecen, junto a los mensajes que sin pudor alguno se envían por las redes sociales, verdaderos manifiestos de la igualdad de género. Lo más hiriente es, sin embargo, el entusiasmo con que más de cuatro reciben y hasta reproducen estos sordos insultos.

En las condiciones de sistemático desprecio a las capacidades femeninas, no hace ninguna falta dedicar un día al año a la dulce mujercita, a la tierna damita. Urge por el contrario asimilar de una vez por todas que nada hace superior al hombre frente a la mujer, y que la sociedad justa será igualitaria o no será.

Cada 8 de marzo es de recordarse el largo trecho que nos falta por andar,  asumir las tareas por cumplir, celebrar el camino que se abre y recordar a las caídas. Fuera de eso, no hay felicitación que valga.

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