Ebrard, el Calderón fallido del PRD

Marcelo fue un buen gobernante del DF y se construyó una muy buena imagen, pero sin carisma.

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Los funcionarios electos de primer nivel, cuando llegan al receso por la conclusión de su mandato, casi siempre pierden piso por su desapego a la realidad. No entienden que buena parte de su poder venía de la investidura, de los intereses que se nuclean frente a quien detenta el mando y lo que se le asocia. La gente muda de cargos, pero los interesados se quedan y continúan con lo mismo, incluso aunque exista alternancia de partidos de por medio. Cierto es que el ex gobernador, ex presidente o ex jefe de Gobierno padecerá las consecuencias de una situación de la que no tiene ya control.

Para Marcelo Ebrard ha sido muy difícil su nueva condición. Esto ocurre por no ser un político de partido. Su inserción en el PRD es reciente y ocurrió cuando López Obrador como jefe de Gobierno pretendía cerrar la puerta a un candidato cardenista o de la corriente de Los Chuchos. Adicionalmente, Ebrard ha sido por igual funcionario del gobierno de Carlos Salinas, dirigente del PRI, legislador del PVEM y parte del desaparecido Partido del Centro Democrático. 

Ebrard fue un buen gobernante del DF y se construyó una muy buena imagen, pero sin carisma y sin un auténtico trabajo de base, a grado tal que su principal alianza es con la desprestigiada estructura del profesor René Bejarano, en una circunstancia de que no se sabe realmente quién se sirve de quién, si Ebrard de Bejarano para construir su camino hacia la dirigencia del PRD o si éste de Ebrard para chantajear por igual a la dirigencia perredista y al gobierno de Miguel Mancera; un juego de burlador burlado.

A diferencia de Ebrard, la trayectoria de Felipe Calderón es de consistencia partidista. El ex presidente, aunque llegó joven a la dirigencia nacional del PAN, recorrió todas las posiciones desde la base hasta la cúspide, además de haber sido legislador y el primer coordinador de los diputados del PAN como partido gobernante. Esta condición se le revirtió en la Presidencia e hizo del partido una agencia de su oficina a pesar, ya al final, de la resistencia de Gustavo Madero y de que, al igual que Fox, no pudo imponer candidato presidencial, aunque sí, un buen número de senadores que ahora hacen causa con él y contra la dirigencia del PAN, lo que ha llevado al PAN a la más grave y vergonzosa de sus crisis.

Ebrard va por el mismo camino de los senadores calderonistas en el intento de reventar al Pacto por México y para ello cuestionar el supuesto entreguismo de los representantes de sus respectivas organizaciones. Al igual que los calderonsitas, Ebrard subestima los logros ya alcanzados, incluso de la reforma educativa y la detención de la profesora Gordillo, con quien desde sus años en el PRI ha mantenido una estrecha vinculación consolidada por el afecto profundo que públicamente ésta le profesa.

La realidad es que lo que está de por medio es una lucha anticipada no por la dirigencia nacional, sino por la candidatura presidencial de 2018. La cuestión es que se pretende utilizar al partido y el espacio en el Congreso como medio para un proyecto de grupo y personal que poco tiene que ver con las responsabilidades, de allí su desprecio al acuerdo plural y rechazo al Pacto por México.

Aunque la pretensión coincide, la diferencia está en la solidez de cada uno de los partidos. Ahora la situación se invierte, el partido débil, desgastado y dividido es el PAN y el partido unido y cohesionado en torno a su dirigencia es el PRD. Por ello el amago de Ebrard no ha llegado a más, su convocatoria a debatir con el presidente Peña ha caído en el ridículo y después de intentar dar golpe de Estado a la dirigencia del PRD enfrenta el rechazo del partido que lo cobijó y lo hizo jefe de Gobierno.

A diferencia de López Obrador o Miguel Ángel Mancera, las perspectivas de Ebrard para ganar la candidatura presidencial son prácticamente nulas, a menos que uno de los partidos pequeños lo postule en una estrategia de ganar votos y de esta forma prerrogativas. El problema para Ebrard es que es 2018 o nunca.

En el PAN todo es incertidumbre, incluso el futuro mismo de Gustavo Madero; no se sabe quién habrá de conducir al partido después de diciembre de este año. En el PRD hay certeza y continuidad; desde ahora se perfila a Carlos Navarrete como sucesor de Jesús Zambrano, un político leal, racional y con experiencia política. Con Navarrete el PRD puede vivir su mejor momento y encarar con éxito su mayor desafío, López Obrador y Morena. Ebrard, por su mal cálculo, una vez que dejó el cargo se quedó sin partido ni grupo y sin otro proyecto que el suyo.

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